El viaje en globo de la señora Letitia Anne Sage

424px-Captain_Vincenzo_Lunardi_with_his_Assistant_George_Biggin,_and_Mrs._Letitia_Anne_Sage,_in_a_Balloon,_by_John_Francis_Rigaud_(1742-1810)

El globo aerostático no lograba ascender y la multitud congregada en Hyde Park se impacientaba. El italiano Lunardi era el promotor del espectáculo y miraba al cielo buscando alguna solución. Se acercó luego al señor George Biggin con gesto concluyente:

– El aire no tiene culpa ninguna de que mi globo no se levante. Es una cuestión de peso. Mi peso.

Tras lo cual empujó al señor George al interior de la góndola y Lunardi quedó en tierra. Sonó un crujido bajo el quemador de aire caliente, aleteó la cesta de mimbre y finalmente el globo ganó altura sobre los aplausos.

– ¡Parece una cebolla gigante! -gritó un niño agitando el brazo de su padre.

En la góndola, decorada con sedas a modo de flecos, viajaban el señor George Biggin y la señora Sage, una conocida actriz londinense. Con los nervios Lunardi había olvidado cerrar la puerta de la góndola, y la multitud vio con multiplicada excitación la intimidad de la señora Sage quien, de rodillas, cerraba la puerta de acceso.

– ¡Miradla, miradla, se ha desmayado! -creían desde abajo.

Pero en el aire los tripulantes de la nave respiraron ahora aliviados. Londres se empequeñecía bajo sus pies y la ciudad se convertía en una miniatura de tejados, grandes avenidas y callejones sin salida que, avergonzados, parecían reconocer su pequeñez y que no llegaban a ningún sitio. La multitud se había disgregado pero algunos seguían a la carrera la sombra del globo. La señora Sage les agradecía su esfuerzo haciendo sonar una trompeta, y al respirar con fuerza el aire traía hasta ella el olor del Támesis. Como no había ningún fin científico en el viaje, y aún sin tener apetito, decidieron abrir una botella de vino espumoso italiano y comieron algo de pollo frío.

– ¡Nos acercamos a una tormenta! -exclamó Biggin extendiendo su brazo hacia el este. Un volumen de nubes amenazaban el trayecto.

– Si no hubiera mentido con mi peso, ahora tendríamos a Lunardi aquí para ayudarnos -respondió la señora Cage con voz nerviosa-. Fui presumida: cuando Lunardi me preguntó cuánto pesaba le mentí. De ahí que el globo no ascendiera y él ahora no esté con nosotros.

Y mientras el señor Biggin se llevaba las manos a la cabeza el globo, siguiendo su propio y desconocido itinerario, comenzó a descender hasta aterrizar en Harrow on the Hill, después de un fuerte golpe y de arrastrarse luego por un terreno baldío.

– ¡Sinvergüenzas, sinvergüenzas!

Un anciano cojo caminaba hacia ellos enarbolando un cayado y gritando:

– ¡Habéis destrozado mi cultivo!

Pero ni la señora Sage ni el señor Biggin encontraron nada de valor al poner pie a tierra. El granjero calmó su furia cuando llegó la multitud y mendigó de ella unas cuantas monedas. Lunardi, que había seguido al globo a caballo, lo recogió, besó de felicidad a la señora Sage, abrazó luego al señor Biggin, y fueron a una taberna cercana a celebrar con cerveza el éxito del vuelo.

En los clubs de caballeros de Londres corrió el rumor de que el señor Biggin había cortejado con éxito a la señora Sage en el interior de la góndola, pero el señor Biggin no dijo palabra alguna de lo ocurrido durante las casi dos horas de vuelo. La señora Sage durmió aquella noche feliz tras el peligro pasado, bajo un sueño cruzado por el alcohol y la popularidad.

– Junio de 1785, gracias a este vuelo mi fama de actriz se multiplicará -dijo en alto, como para escucharse a sí misma, y luego cerró los ojos y recordó lo visto durante el viaje.

Durmió sin saber que pronto iba a empezar una carrera frenética entre Francia e Inglaterra por ser el primer país en cruzar por este medio el canal de la Mancha, sin saber que los viajes dejarían de ser un entretenimiento social, promovidos por algún alocado promotor como Lunardi, para buscar un propósito científico; durmió sin saber que los vuelos en globo se multiplicarían y algunos con trágico final; sin saber tampoco que en Inglaterra correría el rumor de una invasión napoleónica desde el aire y sobre todo sin saber, ahora que ya dormía definitivamente, que era la primera mujer aeronauta de la historia de Inglaterra.

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