Trajiste tu cuerpo de la mano
y yo te advertí: debo cenar en casa.
¿Me escuchaste?
El bosque eran las páginas de un cuento. Había. ¿Qué había?
Alguien apagó la luz y
me dio por pensar en la palabra peripatético, ¡patético!,
a la vez que caía y rodaba y volvía a caer
—patéticamente—
hasta que paraste, paramos junto a un arroyo,
y junto al arroyo una gruta.
¿Me besó ella, sus grandes piedras pensativas,
o fuiste tú?
El tiempo levantó los hombros,
se tumbó en la entrada,
y mientras
del brazo
encontramos
oscuridad y
deseo
y en las paredes
dos brújulas de explorador.
Me pareció escuchar
las alas de un helicóptero,
luego el silencio y en el silencio pensé,
¡pensé!,
si llegaría un día
en el que nadie nos aguardara,
y el futuro fuera era son es tu lunar ocre,
el misterio de los caminos,
la luz mutua y
nuestra compartida oscuridad.
Lo pensé, me guardé en ti,
era es soy seré feliz,
y no quise nunca nunca nunca
volver a casa y cenar.