Sobre el mundo ellos no comprenden nada,
y eso que al mundo un tiempo lo elevaron,
los aeropuertos, que planearon
nuestras fugas con la vuelta cerrada.
Hoy sus hangares palcos de un teatro
sin función; hoy sus puestos de bebidas
no tienen sed; hoy maletas perdidas
giran en solitario anfiteatro.
Parpadea en el aire nuestra ausencia,
y en tierra un collar de taxis se engarzan
a una espera en videoconferencia.
Me pregunta el reloj por qué no viajo;
responde un rumor de calma e impaciencia,
y este vértigo de habitar abajo.