Durante la escritura arrastré mi arsenal de miedos y produje otros: miedo a que la historia fuera muy larga; miedo a que la familia no resultara creíble; miedo a que las voces mostraran afinidades imprevistas; miedo a otras deficiencias en las que siquiera habría reparado. No había un mapa, sólo intuiciones, avances y retrocesos, algo de prueba y mucho de error. El rumbo fue revelándose con la escritura, igual que un negativo, y al salir del cuarto oscuro el revelado descubrió aspectos insólitos del texto: los primeros lectores dijeron que era breve y entretenida: ¿les habría enviado otro archivo?
