
Con Neuman me encontré en el Toni2 y los dos echándole un pulso a la noche. Lo conquisté con destreza de ilusionista: de mi bolsillo saqué una BlackBerry y, tachán, tachán, brilló en la pantalla un párrafo de su blog. Después coincidimos en Menorca y Madrid. Al enviarle la novela era un novato que pregunta a Lennon cómo gira una rueda de acordes. Andrés leyó Odiseo, escuchó su sonido y escribió estas palabras:
«El perro de esta historia se llama Odiseo porque siempre regresa, igual que la escritura de este libro vuelve sobre sus propias huellas, jugando a morderse la cola cervantina. Una prosa lúdica y pensante, capaz del desenfado y la emoción, la misma con que le damos la bienvenida más entusiasta a un autor que tiene el don de la risa y, a la vez, se toma muy en serio su oficio: ha trabajado como un perro para ejercerlo con precisión, fluidez y asombro».
Con Gaël me encontré en un hospital de San Sebastián de los Reyes. Fue un día programado que anunció un futuro imprevisto y prodigioso. En la fotografía, Gaël lleva en la sonrisa el optimismo del tiempo, y en la camiseta una ciudad azul donde vive un animal que duerme en su alfombra.
Neuman y Gaël desdicen por igual la frase de Dickinson, porque ya están brillando.
(Y también, también tú, Volga).