De regreso

El lunes 28 de julio de 1975 la familia Franco llegaba al Pazo de Meirás mientras mis padres movían su domicilio de Madrid a Burgos. De nuevo en lunes aunque 1.029 días después, el 22 de mayo de 1978, y por primera vez en su historia, el Teatro Real de Madrid acogía un concierto de jazz de la peruana Connie y su pareja el pianista Horacio Icasto, y al que no pude asistir porque nací ese mismo día en la Clínica de San Juan de Dios de Burgos, con una temperatura corporal de 36,8°C y una máxima de 11,6°C tras las ventanas. Y otra vez en lunes pero 17.332 días más tarde, regreso a Burgos el 3 de noviembre de 2025, con la compañía de quienes se pusieron en camino hacia esa ciudad cincuenta años antes, y con una previsión de 13,3°C en el exterior del Centro Cívico Río Vena, donde presentaré, a 1.200 metros de la que fue mi primera casa, mi también primera obra, Odiseo, publicada con el cariño febril y sin lunes ni fechas de Plasson.

Las inscripciones al acto, que es gratuito, pueden hacerse en el servicio de información del Centro o en el número de teléfono 947288830.

Odiseo hasta que empiece a ladrar

Con Neuman me encontré en el Toni2 y los dos echándole un pulso a la noche. Lo conquisté con destreza de ilusionista: de mi bolsillo saqué una BlackBerry y, tachán, tachán, brilló en la pantalla un párrafo de su blog. Después coincidimos en Menorca y Madrid. Al enviarle la novela era un novato que pregunta a Lennon cómo gira una rueda de acordes. Andrés leyó Odiseo, escuchó su sonido y escribió estas palabras:

«El perro de esta historia se llama Odiseo porque siempre regresa, igual que la escritura de este libro vuelve sobre sus propias huellas, jugando a morderse la cola cervantina. Una prosa lúdica y pensante, capaz del desenfado y la emoción, la misma con que le damos la bienvenida más entusiasta a un autor que tiene el don de la risa y, a la vez, se toma muy en serio su oficio: ha trabajado como un perro para ejercerlo con precisión, fluidez y asombro».

Con Gaël me encontré en un hospital de San Sebastián de los Reyes. Fue un día programado que anunció un futuro imprevisto y prodigioso. En la fotografía, Gaël lleva en la sonrisa el optimismo del tiempo, y en la camiseta una ciudad azul donde vive un animal que duerme en su alfombra.

Neuman y Gaël desdicen por igual la frase de Dickinson, porque ya están brillando.

(Y también, también tú, Volga).

Notas sobre Odiseo (a cargo de Óscar Maif)

Óscar Maif, encomendándose a Dios y al diablo (a partes iguales), ha escrito una reseña de Odiseo que podéis leer en su blog. Si los amigos se definen por regalarte aquello que no esperas, tú lo eres; sigue a continuación el enlace a la reseña y un extracto de la misma. Y es curioso que menciones la novela de Mendoza, porque la estaba leyendo durante mi escritura, así que algo influyó, estoy seguro. Gracias, gracias, gracias, gracias (y faltan por darte).

https://elmaif.blogspot.com/2025/02/odiseo-de-daniel-dilla.html


Daniel Dilla debuta con esta ambiciosa opera prima en la que se atreve a experimentar formalmente en diversos aspectos. Por un lado, me recuerda un poco al debut novelístico de Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta, donde el autor se sirve de diferentes materiales fragmentarios para presentarnos la historia, pero también me acuerda un poco del virguero debut en la novela de Antonio Muñoz Molina con Beatus Ille, en la que igualmente se suceden acciones en distintas épocas y se hurta alguna información al lector.

Las tres comparten una estructura narrativa que rompe con la linealidad cronológica. Beatus Ille presenta una superposición de diferentes niveles temporales y narrativos; La verdad sobre el caso Savolta se construye a partir de la yuxtaposición de diversos documentos y perspectivas, y Odiseo mezcla sucesos del pasado y del presente a través del monólogo interior de su protagonista. Esta fragmentación temporal y narrativa, presente en las tres obras, genera una sensación de desorden y caos que desafía las convenciones tradicionales de la novela. Aunque con diferentes estrategias, las tres novelas presentan una multiplicidad de voces y perspectivas que cuestionan la autoridad de un único narrador. En Beatus Ille, la historia se construye a través de las reminiscencias de varios personajes; en La verdad sobre el caso Savolta se recurre a una variedad de documentos y testimonios y en Odiseo, aunque predomina el monólogo interior de Leonardo, la inclusión de diálogos, la voz del prologuista y las referencias a otros personajes generan una sensación de pluralidad.

La tripleta que analizamos se caracteriza por su hibridación de géneros y materiales. Beatus Ille integra cartas, documentos históricos, diarios personales y recortes de prensa. La verdad sobre el caso Savolta incluye recortes de periódicos, informes policiales, cartas, declaraciones judiciales y otros documentos. Odiseo, por su parte, combina monólogo interior, descripción, diálogo, reflexión filosófica y análisis del proceso de escritura. Esta mezcla de elementos contribuye a la complejidad y riqueza de la narrativa.

Crónica de la presentación de Odiseo

Por gentileza de Hermi y con su permiso, reproduzco sus notas a la presentación de Odiseo el pasado 30 de enero en el Colegio Mayor Chaminade, con Juan Gómez Bárcena. Mi letra no debe ser tan buena si traté de escribir babilónico y resultó… no sé qué.

El día 30 de enero, la tarde de la presentación de la novela de Dani, llegué con tiempo de sobra. Decidí bajarme una estación antes para deambular un rato por el barrio, casi nunca transitado por mí. Madrid tenía ese cielo puro, carioca, de los atardeceres fríos de invierno. Edificios extraños, perspectivas no vistas antes, colegios mayores, jóvenes deambulando de aquí para allá. La Complutense está cerca. Bares con poca gente. Son las siete de la tarde y aún no han llegado los noctámbulos.

Cuando llego al Chaminade veo a poca gente. Decido tomarme un café en la cafetería y veo sentado a Carlos Gallego, un Ilustre conocido. Abogado pucelano de voz radiofónica y conversación libresca. Nos dimos un abrazo y nos pusimos al día. Estaba ya ojeando el libro de Dani. Que yo sepa es el único de los Muñozmolinianos que ha estado en mi casa. Vino hace años con una mujer simpática, alta y elegante (tenían una cena cerca de mi casa) y nos tomamos unas cervezas mientras les llegaba la hora. Me encantan esas visitas improvisadas que se interesan y preguntan por la vida de uno y por los libros de las estanterías.

Cuando llegamos al salón de actos me sorprendió la cantidad de gente: casi todas las butacas ocupadas y público de todas las edades, como en un teatro infantil donde van niños, padres y abuelos. Presentaba Juan Gómez Bárcena y nuestro autor. Antes y por si acaso salí y compré un ejemplar. Pocos quedaron al final del mogollón que había al principio. La joven vendedora ambulante de la librería Alberti estaba contenta. Me dijo que estaban vendiendo más que en la Telefónica cuando tenían otras presentaciones allí de escritores con más fama. La charla-presentación fue de lo más perimetral a lo más concreto, de la vida de alguien que escribe, qué significa hacer una novela, aspectos biográficos, la construcción de un texto o de ese texto en particular. Qué autores o autoras le han influido más. Mencionó a Proust, Virginia Woolf, Kafka e Ítalo Calvino entre otros. Se ve que Dani tiene oficio y ha frecuentado talleres literarios. Nos informó que siempre lleva una libreta donde va apuntando cosas sin parar. Tiene una letra preciosa. Se ve que no tiene nada que ver con lo “facultativo”. Carlos me dejó asombrado por saber la marca y el modelo de la pluma de Dani al firmar. Puede ser un novelista primerizo pero no es la primera vez que escribe. Recordemos que ya atesora varios premios literarios. Ambos hablaban con soltura. Se ve que Juan (y Dani) se dedica entre otras cosas a hablar en público, cosa tan ajena a mi personalidad y que por eso admiro tanto.

El caso es que el tiempo se fue enseguida y comenzó el turno de preguntas. Un niño levantó la mano y se dirigió a Dani como “tío”. La gente se rio y Dani se disculpó “¡no me llames tío!”. No hacía falta, enseguida nos dimos cuenta que aquel salón estaba lleno de familiares, de amigos y de admiradores como nosotros. Después de contestar a una docena de preguntas del público en torno a su novela, estilo, longitud, idea principal, trama, personajes, voces… levanté la mano y pregunté a Dani sobre lo material, sobre el aspecto materialista del libro: si le había gustado el libro como objeto. Confesó su sorpresa al darse cuenta que días antes esas palabras circularan por su ordenador y ahora estuvieran en ese libro, con el aspecto imperecedero, incorregible, de lo allí escrito. Quise recordar lo que dice insistentemente Trapiello: que un mismo libro dice cosas distintas en ediciones distintas. El dibujo de la portada es muy bonito, el tamaño es perfecto y el papel, ligeramente amarillento, agradable. Bonita tipografía. La editora allí presente, de la editorial Plasson y Bartleboom, le advirtió a Dani que a ver qué iba a decir. El libro está muy bien editado y les felicité a ambos por ello.

A la salida nos fuimos a esperar a la cola de las dedicatorias. Qué emocionante ha debido ser para él. Le pedimos a una señorita que nos hiciera una foto a los tres. “Y también para Hermi, lector babilírico (o ¿babilístico?) que cada enero me abruma felizmente con su itinerario de lecturas. Gracias por venir”. Qué majete que es. Si alguna vez hemos cuestionado si una obra debe sufrir por cómo de cabrón o no es el autor, con Dani hemos de decir que su obra debe ganar por cómo es él.

No nos quisimos quedar a su invitación a tomar algo. Era tarde. De vuelta al metro fuimos Carlos y yo charlando de lo más animados. Tarde más que agradable. Él se cogió el Circular para un lado y yo para el contrario, prometiéndonos ver en Valladolid no tardando mucho. Le pregunté por su nieto de quien nos envió unas fotos hace unos pocos años. “Debe tener seis o siete años, ¿no?”, pregunté. Doce ¡doce años! tiene el nieto. Nos hacemos viejos sobre todo en los demás.

ODISEO Y LA CAJA REGISTRADORA

Cuando se vende un libro una parte del precio llega a su autor; otra, al librero que lo ha encargado; una tercera a la distribuidora que lo acercó del almacén a la librería; y una última a la editorial que ha apostado por incluirlo en su colección, y en la editorial a muchas, muchas personas invisibles que visiblemente logran que la editorial exista, pero que en verdad no son tantas, porque los apuros monetarios fomentan el pluriempleo.

Esa larga cadena tiene forma de chip electrónico: es un circuito invisible que sólo se ve en conjunto y cuando sus partes están bien ensambladas. El proceso concluye con la pregunta de si se desea una copia, y ello no deja de ser una metáfora del punto de partida porque, tras cada copia, y aunque sea la de un recibo bancario, se esconde un libro y se inicia una lectura.

Odiseo y los Reyes Magos

La fecha fue simbólica: era el día de Reyes de 2024 cuando Alba me propuso publicar Odiseo en Plasson e Bartleboom, una nueva editorial cuyo nombre, igual que un topónimo extranjero, lo olvidaba apenas dicho, como si nunca acabara de creerme la noticia. Debíamos aguardar el fallo de un certamen al que había remitido el texto, que Alba deseaba abiertamente perdiera y yo secretamente también. Que hoy Alba esté siempre en mis conversaciones prueba que, a cualquier edad, sobrevienen lazos que anudan tiempos y personas; como si ya hubiéramos compartido un pasado y a la vez previsto el futuro.

Odiseo al palo y gol de Messi un minuto después

Cuando Messi marca un gol, lo celebra con la rotundidad de los códigos binarios: podrá haber chutado flojo o mal, pero es un gol. Cuando una sociedad aplaude un libro, su autor titubea, dominado por las ganas de mover comas, podar adjetivos, reducir párrafos. Si algo he aprendido al escribir es a integrar la inseguridad como una parte del oficio. Seguramente que es por la densidad simbólica del lenguaje que las frases nunca acaban en la red, porque ellas mismas son red.

Odiseo y miedo comparten vocales

Durante la escritura arrastré mi arsenal de miedos y produje otros: miedo a que la historia fuera muy larga; miedo a que la familia no resultara creíble; miedo a que las voces mostraran afinidades imprevistas; miedo a otras deficiencias en las que siquiera habría reparado. No había un mapa, sólo intuiciones, avances y retrocesos, algo de prueba y mucho de error. El rumbo fue revelándose con la escritura, igual que un negativo, y al salir del cuarto oscuro el revelado descubrió aspectos insólitos del texto: los primeros lectores dijeron que era breve y entretenida: ¿les habría enviado otro archivo?

Odiseo no ha estado en la Luna porque la Luna es un lugar remoto y aburrido

Lo que iba a ser un relato breve se convirtió en una novela de ciento treinta mil palabras, cinco narradores y diez años de escritura. En esa década se desplazaron virus y glaciares, ningún hombre pisó la Luna, guardé objetos que más tarde perdí, nacieron los algoritmos, murió un pontífice y supe que cualquier vida es el relevo de otra anterior, pero lo que se mantuvo siempre fiel, siempre cercano, siempre con la fortaleza de un lingote, fue el pulso de una historia que, al ritmo de dos, tres, cuatro pezuñas, corría veloz para luego ser lentamente contada.

Odiseo y el Alzhéimer

En el relato que iba a escribir, la propietaria del perro sería mi abuela canaria. Su olvido de unos macarrones en la compra matutina anunciaría un primer indicio del Alzhéimer. Otro, el no volver tras la compra vespertina a por su animal. Aceptando la invitación de Bennett, el narrador se vería compelido a construir una vida junto al perro, él que pensaba que la vida ya era lo suficientemente complicada como para añadirle un animal doméstico. Lo que yo ignoraba entonces es que la vida a punto de complicarse era la mía.

Odiseo viaja a España

Este episodio, protagonizado por el actor, novelista y dramaturgo Alan Bennett, ocurrió en Londres un 16 de diciembre de 2014. Yo lo leí en Madrid al inicio del 2015, hace exactamente diez años, en el primer número del volumen 37 de la London Review of Books. En el texto de Bennett la mujer regresaba a por su animal, no así en la historia que él sugería y que me pareció una idea valiosa, sobre todo porque me alejaba de un borrador de novela donde, tras mecanografiar más de cien mil palabras, era incapaz de añadir una más.

Odiseo y sus primeros pasos por Londres

Alan Bennett paseaba por Regent´s Park Road cuando, al cruzar frente a una tienda de delicatessen, una mujer lo detuvo para pedirle que vigilara a su perro mientras hacía una compra rápida. Tras aceptar, y durante la espera, Bennett reafirmó su convicción de que la vida ya era lo suficientemente complicada como para añadir la responsabilidad de un animal doméstico. Poco después, las luces de la tienda comenzaron a apagarse, y a Bennett se le encendió la idea de un relato corto en el que la dueña nunca regresaría, forzándolo a construir una vida junto al animal.