– ¿Conoces el mar Muerto?
Me lo pregunta una mujer en el vestíbulo de la estación de tren. Es más baja que yo y a su espalda observo un mostrador con frasquitos de colores. La pregunta es el milagro de la fantasía poética: palabras que son puertas hacia otros lugares.
Pero la realidad se adelanta a mi respuesta (la realidad se adelanta si no eres rápido) y un megáfono anuncia:
– Atocha y Parla, vía dos.
Dos también los que nos miramos ahora con sentimiento de culpa. Ella regresa tras el mostrador, avergonzada de su mentira publicitaria, alinea los tarros de perfume y cosmética y agacha la cabeza. Yo sigo callado y retorno el camino hacia mi andén, arrepentido de no haber seguido su ficción.
A veces uno empieza a escribir algo y una segunda persona lo continúa y termina. Veo por la noche el documental Searching for Sugar Man. Sixto Rodríguez, un músico de aspecto indio, compuso dos álbumes admirables durante los años setenta. Nadie en Estados Unidos los escuchó.
El periodista le pregunta tres décadas después si pese a aquel fracaso le hubiera gustado seguir componiendo. Sixto responde:
– I would have liked to have continued but nothing beats reality.
Nada vence a la realidad, dice Rodríguez, como si él también hubiera cruzado por la mañana el vestíbulo de la estación de Chamartín, su respuesta también callada por la megafonía.
http://www.youtube.com/watch?v=t6bjqdll7DI
(Pero en el caso de Sixto la música, al final, sí que ha pasado por encima de la realidad, ha hecho su propio camino, como las aguas de un deshielo. La música nos transporta, como esas palabras matutinas, hacia un lugar lejano al que solo llega la inspiración).