Invitado a una vida distinta
aunque dicen: qué tontería
Daniel, ¡vive tu vida, vívela!
Noche de fiesta y al anfitrión
un aluvión de palabras glorifican
su ética. Yo en la cocina a
hurtadillas ligo con una niña:
me besa y grita: ¡estás borracho!
La lluvia entra por los jardines
y se encienden las ventanas.
Por un jeroglífico de ideas me
descalzo y navego hacia la orilla de
la noche, que tiene una cualidad
de punto y final. En el abanico de
arena las siluetas son un cine
mudo, y yo dialogo sus muecas.
Dejo las llaves y el pasaporte, y
en un instante la espuma borra
mi existencia: me sumerjo en
el agua y en la orilla brillan
luces de media luna; mi nombre
en mayúsculas se tumba en lo alto
de los pinos, que me esperan desde
hace tanto tiempo (era un niño).
Qué placer espiar mi ausencia y
pensar en la sopa caliente del
samovar. Qué pena irme sin decir
adiós a los peces: soy popular
entre los seres sin rumbo.
Al rato el susto es pasado y
un adagio de Brückner bebe junto
al minibar; huyo hacia el cuarto y
me entristezco pensando
en las solitarias burbujas abajo,
su sueño alterado por bufones
cansados: la ficción a punto de acabar.
Una fiesta magnífíca pero el disco de
Brückner aún sigue girando y
la niña convoca un mismo recuerdo
desde sus sábanas de Bajamar.