Stefan Zweig: Farewell to Europe es una película que narra, en cinco episodios y un epílogo, los últimos años del escritor. Asistimos, septiembre de 1936, a una conferencia y entrevista políglota en Buenos Aires, a la gestación de su libro sobre Brasil, un país que le agasaja y que, en la distancia de sus recuerdos europeos, le hace multiplicar su sensación de errancia. Asistimos a un invierno helado contra las ventanas de Nueva York, el drama de sus amigos colándose por debajo de la puerta, en telegramas y en cartas de correo internacional. Asistimos por fin a sus últimos días en Petrópolis, rodeado de un sol y de unos paisajes de exuberancia y vitalidad, ajenos por completo a su desgracia.
La película atrapa: una prueba de que saber el final no siempre es lo más importante. En cada una de los episodios de la película, Zweig parece como si viviera de una manera automática, de la misma forma que el martes sucede después del lunes. Va empujado de un lugar a otro como una suerte de tótem: admirado pero inerte. Cada escena nos lo presenta en escenarios opuestos: la vegetación confusa en Brasil, la nieve silenciosa en Nueva York. Cada escena provoca un brinco del tiempo, y recrudece la desorientación y parálisis de su protagonista. En todas ellas, Zweig transita sin mapa, y con idéntica ausencia. Como si no le quedara más remedio que estar vivo. Como si llevara muchos años muerto, aunque nadie se hubiera dado aún cuenta. Por eso la lógica de su final, cuando él mismo parece advertir, de súbito, su propia ausencia prolongada. En su nota al suicidio concluye: “Dejo saludos para todos mis amigos: quizá ellos vivan para ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, más impaciente, me voy antes que ellos”. La última escena es un magnífico juego de espejos: el dormitorio a la izquierda, la cocina, el porche y el jardín a la derecha, dentro de un solo encuadre. Se cierra así una película pacíficamente angustiosa, testimonio de los días narrados y mientras, en un exterior que ya tapan los títulos de crédito, continúan sin entenderse, como una metáfora fallida, el recuerdo amargo de Europa y el sol perpetuo en Brasil.