Las historias no tienen retorno.
Cerca de la ciudad, en un bosque, soñaba aéreos planes. Allí el mundo brillaba de posibilidad y silencio. Allí.
Al volver al asfalto, el tiempo daba marcha atrás. De noche, sobre las fachadas, tu holograma.
En otro bosque la vegetación era más auténtica, inmensa: un regalo sin celofán. Allí el mundo se adivinaba próximo. Allí.
De nuevo en el barrio, tú. Los escaparates y las plazas eran las fichas de un rompecabezas. Nunca supe si el juego era una ayuda o un castigo. Compasión o maldad.
Concluí que la ciudad se levantaba sobre una necrópolis de afectos. Un mosaico de lápidas llamado memoria. Y si la memoria era baldosa, y habitaba un espacio, existiría un camino, y su frontera.
Exploré por fin un lejano bosque. Di tantas vueltas que me perdí. No importaba. Era libre. Avancé sin mirar atrás, sin mirar atrás. sin mirar atrás.