Mi abuela nunca tuvo un perro y yo nunca presencié los estragos de su memoria. Desde Madrid, absorto en el egoísmo de la vida universitaria, me limité a observar que mi abuela un día estaba bien y al siguiente no, y que ese día que no estuvo bien duró años. Entonces no advertí que su felicidad y mi compañía eran balcones que se observan, y que yo había bajado la persiana y subido la música. Como si crecer fuera defraudar, la idea de Bennett me condujo al confesionario de la memoria; la reconciliación, aunque simbólica, pasaba por emplear, precisamente, la herramienta con mayor densidad simbólica.

Qué reflejo tan profundo y honesto de la memoria y los vínculos que a veces dejamos en pausa, Daniel.
Tu relato desnuda una humanidad que muchos compartimos, pero pocos confesamos. Gracias por abrir esa ventana al pasado, porque, aunque la persiana bajara, las vistas desde ese balcón siguen ahí, esperando ser redescubiertas.
Un abrazo 🌷