Cumpleaños con Strauss y sus Cuatro últimos lieder

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A Richard Strauss le quedaban apenas doce meses de vida cuando, en 1948, escribió una canción titulada Beim Schlafengehen (Al irse a dormir). La canción estaba basada en un poema de su amigo Hermann Hesse. Strauss, aunque director de orquesta con fama internacional, era entonces un hombre triste. Los años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial le vieron más interesado en recuperar el acervo cultural de su país antes que en componer. La atonalidad que entonces desarrollaban Schönberg o Hindemith estaba alejada de su sensibilidad. Y fue solo gracias a la intervención de su hijo Franz que Richard Strauss recuperó el ánimo y volvió a escribir.

Beim Schlafengehen se toca dentro de un ciclo junto a otras tres canciones, formando el llamado Vier letzte Lieder (Cuatro últimos lieder), aunque ni Strauss los planificó con esa idea de grupo ni tan siquiera fue la última canción del compositor. Si algo une las cuatro obras es la presencia de la muerte. En Beim Schlafengehen el sueño es la metáfora de la muerte, muerte que musicalmente se mezcla con un solo de violín de una belleza que también parece algo de fuera de este mundo, y con cuyo sonido Strauss representaba el amor hacia su esposa Pauline.

El estreno de las cuatro últimas canciones de Strauss fue póstumo: tuvo lugar en Londres un 22 de mayo de 1950. Coincide con el día de mi cumpleaños, pero 28 años antes. Cumpleaños que tendrá como regalo escuchar (y de nuevo otra coincidencia) estas cuatro mismas canciones el sábado 25 de mayo en la Orquesta Nacional de España, con la dirección de David Afkham y Anne Schwanewilms como soprano, cantante alemana que tuvo un mal día en los BBC Proms bajo la dirección del español Juanjo Mena. Ojalá el sábado despliegue su gran voz lírica sobre estas cuatro canciones que desde aquí recomiendo como cumbre de la música lírica postromántica.

El texto original del poema de Hermann Hesse y su traducción al español que he encontrado en la red (http://www.el-atril.com/cantares/4canciones/4ultima.htm) son los siguientes:

Nun der Tag mich müd gemacht,
soll mein sehnliches Verlangen
freundlich die gestirnte Nacht
wie ein müdes Kind empfangen.

Hände, lasst von allem Tun,
Stirn vergiss du alles Denken,
alle meine Sinne nun
wollen sich in Schlummer senken.

Und die Seele unbewacht
will in freien Flügen schweben,
um im Zauberkreis der Nacht
tief und tausendfach zu leben.

Ahora que el día se ha fatigado,
que mi nostálgico deseo
sea acogido por la noche estrellada
como un niño cansado.

Manos, abandonad toda acción.
Mente, olvida todo pensamiento.
Ahora todos mis sentidos
quieren caer en el sueño.

Y el alma sin más guardián
quiere volar, liberadas sus alas,
en el círculo mágico de la noche,
para vivir profundamente mil veces.

Y como versión, os recomiendo la de Jessye Norman: http://www.youtube.com/watch?v=Se0HPsJex04

Balanzas

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Los deseos nos cambian de posición: el atrevimiento de una distancia que se consume, de unos labios desenfocados a punto de que algo suceda. Pero otras veces el movimiento no se produce, y entonces los deseos multiplican la presión en ese émbolo de miedos, de prejuicios, de cobardía, donde habitamos.

Los deseos son cortinas que se desplazan por rieles frágiles. A veces el viento los agita sin uno quererlo, pero otras veces ocurre lo contrario: uno querría ver volar la tela hacia el exterior, dejando atrás las ventanas amarillas, pero el paño de tela cae con las tristeza estática de una residencia de ancianos. Nos cuesta entenderlo: que los deseos se conduzcan por mecanismos que no siempre se controlan, y así que bastan cuatro palabras para que las bielas del día se desajusten. Basta un voy con mi chico —verso feo de cinco sílabas declamado de improviso— y la raya de luz en el horizonte se apaga, como quien desenchufa el porvenir. Uno se queda con una carita infantil de pasmo, con la promesa de una cita que jamás llegará, de un sueño que empezó con el apurado último de la barba, la colonia tiznando de granitos rojos el cuello, que siguió con los neones de las fachadas señalando el camino hacia ti, como una liturgia de luces, la espera al autobús y en la marquesina por 14,90 euros al mes la posibilidad de estar conectado con la gente que más quieres —qué fácil se puede pagar todo—, y sin embargo uno de vuelta, caminando con el magisterio del fracaso, la realidad alterada a cada paso que es cada vez más rápido, más rápido que el anterior, soñando que una varita mágica actúe, y entonces la persona nazca en Espoz y Mina con Sol, el lugar donde la imaginé en la excavación bajo las sábanas, pero el ilusionismo se pierde cuando alcanzo ese enclave, su imagen borrada y un estanco de lotería cerrado, y de regreso, en las escaleras mecánicas del metro, rozo con mis pestañas la coleta de una mujer del peldaño superior. Eso es lo más cerca que estaré de alguien esta noche. Si sonara un blues, Chamartín vía tres, sería la persona más triste de la Tierra.

Y sin embargo ocurre que, en el rapto de un mismo día, la balanza se equilibra, y unos caracteres le cambian a uno el ánimo: let´s plan a trip together for 2013, me dice un amigo holandés a través del Facebook, y aunque hacen seis grados y hay cuchillos de frío cortando la ciudad, y aunque la gente camina como si sufriera lumbalgia, pese a todo bastan seis palabras y una fecha para que, de golpe, la primavera se insinué en la pantalla del ordenador, y la alegría brota de una forma sencilla y natural; subo el volumen y cambio Strauss por Arcade Fire, luego el chasquido de una lata de cerveza, y por si fuera poco al bajar la basura, en el buzón de la casa, encuentro una postal entre ofertas de comida china, una postal navideña de alguien que se acuerda de mí, me desea felices fiestas y me pide que sigamos en contacto, una promesa que es una permanencia y donde no hay 14,90 euros que pagar.

Cuando regreso al sofá tengo gases: deben ser los efectos de toda la combustión del día. Me lanzo algún pedo, abro la ventana y el aire de la noche, aunque frío, me reafirma en el placer cálido de los dos mensajes que acabo de leer; asomado a Madrid, la noche forma en la calle una constelación de pantallas de móvil. Me masturbo sustituyendo a zarpazos, como una venganza, la imagen de la última semana; ceno una ensalada de tomate y queso y un yogur, me pongo el pijama, meo y finalmente me acuesto, convencido de no conceder espacio a cualquier tipo de lástima. Abreviado de ideas bajo las sábanas, y sin encontrar palabras con las que resumir el día, siento un dolor en el cuello: hoy las emociones, en su vaivén por las vías de esta atracción de feria que es la existencia, tuvieron movimiento.