¿Recuerdas
que me desnudaste contra la puerta metálica de tu trastero,
y yo sin saber aún que también acabaría inservible? Soñabas
que a Mondoñedo llegaba el mar, tu cintura de percebes
rodeada, y decías: comer percebes es tocar acordeones marinos.
Por la noche salíamos a las fiestas de Foz
y bajo la carpa de baile me mataban tus novios pasados.
Entre centinelas bebía whisky barato y bailaba
con la felicidad de adivinar el final de una ficción.
Te besé como un mar de retirada y sobre las casas
aún observo hoy
la brisa que agita la ropa en señal de despedida.
¿Por qué te marchas? Me preguntas sin ganas
desde la esquina del alba, sin esperar siquiera
una respuesta, sin esperar de mí, de nadie,
nada.