A las siete de la tarde se abren la puertas de la sala del teatro Galileo de Madrid. Los espectadores, en fila india por el lateral de la grada, descubrimos que la tempestad ya ha empezado: un in medias res que atrapa de inmediato. La escena es una playa, el horizonte una pantalla de cine donde se proyectarán vídeos en directo y otros grabados. Todavía sin sentarnos hay un barullo de voces y papeles y actores corriendo de un lado para otro, como si la hora de la función les hubiera pillado, también a ellos, en una confusión organizada.
Unos apuntes para entender el texto de La tempestad. Es la última obra que Shakespeare escribió y se la ha considerado así su testamento literario. Fue estrenada en la corte en 1611, seis años después del fallido atentado contra Jacobo I conocido como «the Gunpowder plot». Son las maquinaciones y complots políticos el núcleo de la obra. Su final feliz debió alegrar al monarca, de quien además era conocido su interés por la magia, presente en la todopoderosa figura de Próspero.
La legitimación del poder es el eje de la obra, y ello da lugar a toda una serie de maquinaciones. También se nos habla de la lucha entre una naturaleza primitiva, reflejada en Calibán (excelente el actor Javier Tolosa en su doble papel de Calibán y Alonso) y el arte (los peligrosos libros de magia de Próspero: «thought is free», o el pensar nos hace libres, una de las más celebres frases de la obra, y toda una advertencia del poder subversivo de la cultura).
En el texto la naturaleza primitiva se enfrenta con su colonización. La isla es hermosa, imagen que el director nos transmite con una acertada música lateral, y su perfil salvaje y paradisíaco parece justificar la expropiación de la misma y el sometimiento inmediato a los nuevos amos. La imposición de la lengua de los recién llegados no es sino otro instrumento más de dominación, y de este nuevo status quo se generarán conflictos de subordinación y, por supuesto, rebeldía.
La adaptación de Sergi Peris-Mencheta es un alegre goce de los sentidos: el texto brinca entre los personajes a gran velocidad, el uso de cámaras y vídeos permite duplicar la sensación de teatro dentro del teatro (fantástico el engaño al público entre realidad y ficción utilizando una filmación) y la música en directo de una pequeña banda y los juegos de luz hacen el resto. El Próspero de esta Tempestad es un personaje más dulce de la ferocidad con que me lo imaginé cuando leí el texto. Pero pienso después que este perfil más blando encaja mejor con la reconciliación de contrarios, bastante inverosímil, que cierra la obra: cuesta creer que después de tanta ira Próspero no tenga ganas de venganza. La adaptación de Peris-Mencheta va conjurando de forma muy efectiva los efectos mágicos del autor, efectos que al poco se disuelven: todo es sugestión, tal vez en algunos momentos excesivamente cómica, y uno asiste al espectáculo con la feliz duda de saber si Prospero o Ariel son gente de confianza, y en qué se diferencia el primero de Sycorax, la bruja que dominaba antes la isla.
La obra se resuelve y recibe los aplausos multiplicados de un público que apenas llena las primeras filas del graderío. Aplausos que hacen regresar a la compañía hacia el extremo de la playa, ahí donde seguimos felicitándoles, y se despiden de nosotros con una frase de García Lorca («Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo»), luego una mención al artículo 44.1 de la Constitución española («Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho») y por último un ruego: que si hemos disfrutado de la obra, la recomendemos. Ruego del que tomo nota y por eso estas palabras para que ojalá os lleve también ese sueño que es la tempestad. Aprovechadlo, que quedan pocos días.
Tempestad está dirigida por Sergio Peris-Mencheta y se representa en el Teatro Galileo de Madrid hasta el 2 de junio de 2013. Más información en la página de la compañía, Barco Pirata (http://www.barcopirata.org/?page_id=2).
Grande Calibán!