La poesía sonora de Lou Reed

Lou Reed

Qué fácil es caer en las redes de la novedad: escuchar siempre el último disco, ver siempre la última película, asistir siempre al último espectáculo. Las tendencias son un secuestro, nos maniatan, nos informan que no existe más momento que el de ahora, que ignores todo lo anterior a sus palabras. Ver películas en blanco y negro o mirar al pasado o escuchar música de ayer, y por lo tanto antigua, es una impostura de viejos o pedantes, si no ambas cosas.

A veces uno sale de ese foso de lo reciente por una afortunada casualidad: la misma que el 7 de agosto de 2004, sábado, me puso delante de un escenario a escuchar a Lou Reed. Iba sin los deberes hechos: apenas le conocía cuando de golpe sonó su música y ya no estaba en Benicassim, sino que escuchaba a alguien hablándome de marcharse a vivir a un bote en Amsterdam, pasar las tardes en el Museo Van Gogh, o comprar tal vez una granja al sur de Francia.

Vestía una camiseta ajustada, que planteaba la duda de si estaba en forma o enfermo; miraba a sus músicos con cara descontenta, y éstos le respondían tocando con brillantez, como si necesitaran de la agresividad visual de su líder para ese logro. La actuación duró apenas hora y cuarto pero nueve años después, en una noche de domingo donde leo que Lou Reed ha fallecido, la luz de ese día regresa con exactitud notarial, como salida de la lámpara de Aladino por primera vez.

También vuelve el recuerdo de mis pasos en polvareda dejando atrás el escenario, camino ya del aparcamiento, sintiendo a cada paso el rubor de no haberle escuchado con anterioridad, y sin darme cuenta en mi mano la publicidad del último disco de The Libertines, media cuartilla recordándome que solo importa la novedad, la de ese disco que es ya fundamental aunque aún no se ha publicado, y luego mi rabia y la cuartilla infiel arrugándose en forma de esfera, un vuelo breve, su impacto sin peso ni historia en un contenedor. Llego al hotel, estoy cansado, pero como ha dicho el propio Lou Reed el día ha sido perfecto, y el único vuelo posible es el de su música: el panfleto puede marcharse por los remolinos de la novedad.

P.D. Un 30 de octubre de 2008 mi pierna derecha roza la falda de mi madre: estamos en el Palacio de los Deportes de Madrid, impacientes ante la actuación de Amaral, que presenta su disco doble Gato negro, dragón rojo. Una gran cortina roja oculta el escenario, se apagan las luces, y por un minuto vuela la música de The Velvet Underground. Luego se abre la cortina, aparece Eva Amaral, brillan los focos, ruge el pabellón, y me pregunto si soy el único que prefería seguir escuchando a la Velvet. Arrancar un concierto con esa introducción es un ejercicio de pedagogía musical y de honestidad, pero también de riesgo: ninguna canción posterior deja la misma huella que ese mantra infinito llamado All tomorrow´s parties. ¿De quién era esa canción con la que empezaron?, me pregunta mi madre volviendo en coche a casa. ¿Kamikaze? le digo y me responde: no hombre no, la anterior, cuando aún no habían salido al escenario. Sonrío, pues no existe la culpa: ya he hecho los deberes, y el esfuerzo ha merecido la pena.

3 pensamientos en “La poesía sonora de Lou Reed

  1. Yo tuve la suerte de ir a un concierto de Lou Reed en el «Doctor Music Festival» allá por el año 1998. El concierto de Lou Reed coincidía con el de «Los Fresones Rebeldes» que poco podían hacer para atraer a alguien a su carpa. Milagrosamente para ellos, se puso repentinamente a diluviar (era en Asturias), y como tantas otras personas, me refugié momentáneamente en su carpa ya que Lou Reed tocaba en el escenario principal, al aire libre. La cantante de los Fresones Rebeldes cogió el micrófono con mucha garra y escupió con sorna: «Damos las gracias a esta lluvia, qué te jodan Lou!!!». El comentario me sobrecogió y me hizo catapultarme de nuevo hacia la lluvia….y entonces, escuché uno de los mejores conciertos de mi vida…..GRACIAS LLUVIA, GRACIAS LOU!!!

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