Sería injusto pedirle cosas a los Reyes Magos. Pero aún así, lo haré: si algo he aprendido este 2014 es que los milagros existen. Comencé el año en un hogar de cuyo nombre no quiero acordarme (y aunque quisiera, soy incapaz). Deambulé por carreteras, viviendo entre basuras y miedo. Fui acogida en un refugio en Pedro Muñoz. De la jauría escapé una tarde de domingo, cuando aparecieron Alicia, Patrice y Dani. ¿Por qué me eligieron a mí? Tal vez porque actué mejor que mis compañeras de talego: ningún otro galgo fue hacia ellos como yo, ninguno apoyó su cuerpo sobre las rodillas humanas. Y los humanos abrazaron el calor de mis intestinos, la tristeza de mis ojos, la debilidad natural de mi cuerpo. Al mes me había mudado a la capital.
Para Dani, me gustaría pedirle que no fuera tacaño, y que por favor encienda la calefacción en invierno. Sabe el poquito pelo y grasa que tengo. Me debo ovillar al máximo para darme calor. También, si es posible, debe cambiar el sofá. Puede que me haya ablandado con el lujo, y olvidado mis duras raíces en los días de carretera y refugio, días donde mi catre era el asfalto o una habitación compartida. Pero apenas recuerdo, y en el presente vivo entre oropeles, tengo la ración de comida asegurada, mis cuatro paseos diarios por convenio, y en esa atmósfera de opulencia canina no puedo sino comparar los sofás, que es donde transita mi existencia. Dani: vete a Ikea, ese lugar que veo desde la parte de atrás del coche, y cómprate un sofa. Mis huesos se lo agradecerán. También me gustaría pedir, otra vez a Dani, que ronque menos, y así pueda dormir a su lado, como es la obligación de cualquier perro con su amo. Solo eso, pues: la calefacción, el sofá y los ronquidos.
De lo demás no tengo queja. Me sacan con frecuencia, y a lugares diferentes. Disfruto en el parque Juan Carlos I y en la Casa de Campo; no tanto corriendo por la calle. Ah, sí, la calle. Me gustaría, si es posible, que las rejillas de ventilación se cubrieran, para que pueda avanzar sin miedo sobre ellas. También que haya siempre una alternativa a las escaleras mecánicas. Me dan pavor y obligo a mis dueños a cogerme en brazos. Aún recuerdo los brazos temblando de Dani tras subirme a lo alto de Toledo. Tampoco quiero olvidarme de las vacaciones que he disfrutado, con dos viajes a Francia que han sido la envidia de la camada, y por eso que todos corren a mi espalda, y nunca me tocan. Soy la más rápida, la más lista, y la más feliz. Debo decir que, cuando les cuento de mis aventuras de este último año, exagero algo todo lo que me ha ocurrido, y así multiplico su envidia. Pero lo hago casi por imitación a los humanos: ellos también magnifican todo el cariño que les doy.
Respecto a la carta que escribo a los Reyes a través de Alicia, solo puedo decir que, en el pasado, Alicia me alimentó con un pienso de muy mal sabor. ¡Y mira que yo como de todo! Los productos de marca blanca no gustan a los humanos, pero tampoco a los perros. Ahora, y gracias al educador canino, me alimento igual en las dos viviendas. Y hablando de la vivienda, me gustaría pedirle a Alicia y Patrice que cometan algún error. Dani suele olvidar un alimento que deja, sin saberlo, a mi alcance: una puerta mal cerrada, y en el armario la celebración de un panettone; una tartera sobre la campana extractora, y en su interior unas albóndigas congeladas; una cremallera que se abre, y en la mochila el paraíso del chocolate. Qué goce entonces esos momentos solitarios donde devoro alimentos prohibidos. Lo hago con la convicción feliz de que luego llegará una bronca, que tendré que esconderme o poner cara triste (aún más triste) y que tal vez me encierren y griten y amenacen. ¿Pero es que ellos no tienen fallos?, me pregunto.
Por mi parte, me gustaría prometer que no voy a arañar la puerta cuando se marchen de casa, ni chantajearles con injustos lloros. Que solo comeré aquello que me sirvan. También podría tratar de controlar esos pedos terribles, y cuyo olor hace huir a los humanos a otra habitación. Podría ser más obediente, y no subirme a la cama, o no hacerme la despistada cuando me interesa. Sin embargo creo que, si intento cambiar, pierda la gracia de quienes ahora me quieren. Y que en mi nuevo papel se encuentren con una mascota aburrida y prescindible, y por lo tanto se abra una puerta hacia el pasado, a los días de abandono. Así que prefiero mantenerme como soy: una perra tranquila, dormilona, cariñosa, con tendencia a la tristeza y adicción a la comida y que, en suma, trata de devolver desde sus cuatro patas y veintidós kilos todo el afecto que recibe de sus queridos amos: Alicia, Patrice y Dani, y ahora también del recién llegado Gaël.
Oh, Volguita, qué emoción…Volga, Volguita, Volguitina, Volgus, Volgui….en declinación completa.
Te habla Baltasar (soy la más negrita de los tres, hay que admitirlo) y prometo no volverte a dar el pienso de la marca Alcampo. Eso sí, no me pidas que deje de achucharte, de darte besitos en la trufa, de tumbarme en tu cama para estar más cerca de ti y de decirte cada día lo mucho que nos has cambiado la vida.
Igual algún día también te dejaré algún quesito de la vaca que ríe a tu alcance (por qué será que todo lo robado te sabe el doble de bueno…), y cuando haya petardos en la calle, prometo hacerte arroz con brócoli, para que guardes un recuerdo menos amargo.
Gracias también Volguita, por haberme acercado a Melchor. Me refiero a distancia física y ocasiones para verlo….porque la cercanía de corazón ya era la máxima posible.
Te mando muchos besos, también de Gaspar que hubiera querido escribir pero está encevicado con el Whatsapp (¡ay este rey!).