Una caída

escalera

Bajo al andén a toda velocidad. En el letrero parpadea ATOCHA Y ALCALÁ. Algo más atrás, un rombo protege un número nueve. El tren no ha llegado aún. Respiro. Giro la cabeza. El tren se está marchando a mi espalda.  A mi espalda regreso, y en la escalera mecánica trato de recuperar el aliento. Algunos peldaños más arriba, una mujer se encoge contra el pasamanos, dominada por su propia maleta. Debe haberse apeado del tren que yo he perdido. La maleta parece ganar espacio, aprisionando a una mujer empequeñecida, que emite un quejido con voz de pajarito, un ay breve y multiplicado, y comienza a caerse hacia atrás, al principio lentamente, como en un ballet esperando que alguien la recoja, y por un instante pienso si ese movimiento es voluntario o no, o más bien de quién es la voluntad, si la de ella o la de la escalera, y cuando descubro que quien manda es la máquina ya es demasiado tarde, como en todos los accidentes, es tarde porque estoy lejos y tengo las manos ocupadas (en una el teléfono, en la otra el billete de cercanías), los guardo en el bolsillo, la mujer cada vez más combada, subo dos peldaños pero es tarde, siempre es tarde, un golpe, su cabeza contra el peine de un peldaño, el pelo revuelto en las ranuras metálicas, por un instante pienso que se ha muerto, o más bien mi memoria imagina hoy, al escribir, hechos que no han ocurrido, porque al momento dice: ay, ay, qué golpe, y también de golpe ya no estamos solos, hay gente a mi espalda y gente arriba, en el rellano, alguien grita llamen a seguridad,  me quito la mochila de la espalda (¿por qué?), sostengo a la mujer como si fuera a darla un beso, pero mis labios se giran y gritan paren la escalera, la escalera se detiene y la maleta cae a nuestros pies como un alud de ropa aplastada. Un segundo hombre sin cara me ayuda a sujetar a la mujer, a incorporarla. Le preguntamos a coro cómo está, bien, bien, qué susto, dice, qué susto, ay, ¿seguro que está bien?, sí, sí, me enredé con la maleta (¿por qué pienso en Up in the air?) y entre el hombre sin rostro y yo levantamos a la mujer, y la mujer queda sentada a media altura, en un lugar que no existe porque siempre es movimiento, una diagonal de tránsito entre el andén y el vestíbulo. Aprovecho para mover la maleta expansiva hasta el vestíbulo de la estación, bajo de nuevo y ayudo a la mujer a levantarse, a subir poco a poco hasta el vestíbulo, allí por fin nos miramos verticalmente, recuperando la distancia, también la compostura de dos desconocidos, nos miramos y pienso que tiene buena cara, no parece sangrar y habla con fluidez (¿qué habría ocurrido si fuera lenta de palabra antes del golpe?) y dibujo un relato breve antes de su caída, el cansancio feliz después de un largo viaje, llegar a la estación, alguien que le espera arriba, o tal vez un taxi para volver sola a casa, el buzón de correo, publicidad de comida asiática, una ducha caliente, llamar a su hija, ya llegué a Madrid, etcétera, y todo la secuencia alterada por una caída, una caída y un joven que no fue demasiado rápido, que se enredó en sus cosas, o que estaba en sus cosas tan absorbido que tardó en saltar al mundo real, al mundo en el que la gente corre y cae, ¿qué habrá ocurrido dentro de su cabeza?, vuelvo a pensar, ¿está bien?, tal vez nada, sí, sí, estoy bien, solo sé preguntarle si está bien (¿seré yo quien me caí?), sí, me responde, estoy bien,  (¿miente?), me enredé con la maleta, ¿de verdad?, Atocha vía 11, de verdad, estoy bien, y vuelvo a las pantallas (qué metáfora), hay un tren a Atocha en vía 11 (no sabemos escuchar), y desciendo al andén usando la escalera mecánica, caminando ahora con una lentitud adquirida, como si tuviera todo el tiempo del mundo por delante (aunque voy a llegar a clase quince minutos tarde, y tengo un examen), y bajo los peldaños con cuidado, mirándolos con detenimiento, y siento en el cuerpo una tibieza rara  de culpabilidad. Guardo el móvil, guardo el billete, y guardo por fin mis manos libres en los bolsillos. Cuando llego a Recoletos sigo viendo la cara de la mujer, y me sigo preguntando si me dijo la verdad, y de verdad ella está bien, y de verdad yo estoy bien.

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