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Todos somos una mezcla de dulzura y maldad. Una parte divina, otra diabólica. ¿Cómo sacar la segunda a pasear? Basta una llamada a los servicios de atención al cliente (oxímoron). Qué recuerdos, o más bien qué pesadillas mis llamadas infinitas a Wanadoo, pidiendo de todas las maneras posibles que liberaran mi línea, pues el ADSL no funcionaba y necesitaba que soltaran el anzuelo para picar en él otro. No me escuchaban cuando razonaba lo largo e inverosímil del proceso, tampoco cuando perdía los nervios y les mandaba a la otra punta del planeta, posiblemente porque era justamente allí donde les estaba llamando, y mucho menos cuando de rodillas les imploraba, voz temblorosa, que mi único sueño en la vida era cambiar de operador. Nada más que eso. Puede ser que por la distancia veneráramos a distintos dioses, porque ni siquiera apelando a Dios escuchaban mi lamento. Así que el número de teléfono vivía una cadena perpetua de unos sin ceros, o ceros sin unos, y los recibos seguían llegando por debajo de la puerta, y de golpe me ví devolviéndolos e identificado como moroso.

Se ha removido este pasado cuando he tenido que llamar por una nueva incidencia. Los tiempos han cambiado. Tal vez por las bajas psicológicas sucedidas en estos centros de atención al cliente, tal vez para ahorrar costes, ahora te responden máquinas. Debes introducir tus datos, tarea angosta cuando la pantalla decide apagarse en mitad del tecleteo, y una alocución automática te va informando del estado de la avería. Mientras sigo los pasos en el router aletean las luces alocadas, pero no logra iluminarse la que debería, y me pregunto: ¿quién se está encargando de esta llamada? ¿Otros contestadores automáticos? ¿Se derivan unos a otros mensajes, se hacen también esperar entre ellos por melodías repetitivas? ¿Hay algún humano detrás de este proceso? ¿O bien han huido de una realidad automatizada e incontrolable? ¡Qué ganas de hablar con alguien, qué ganas de rogar, de insultar, de llorar, de intentar explicar mi situación! Pero el mundo ya no funciona así. Los días de Wanadoo son historia. No me queda sino seguir de forma aplicada los pasos que una voz metálica me ordena, y con especial cuidado cuando me dice que la fibra óptica puede producirme daños oculares (sorpresa: pensé que de eso se encargaban ya solas las pantallas). Qué sátira que se gasta el robot, que me pregunta a modo de despedida mi valoración del servicio. ¿De verdad la quieres? Ahí la tienes: quince minutos perdidos, un número de catorce dígitos con mi avería (¿tantas hay?) y la conexión sin funcionar.

Mal tiempo, buena cara. Dado que no hay Internet, leamos. Book sin face. Pero es difícil concentrarse, porque estoy atento al móvil. La máquina quedó en llamarme. Voy con el teléfono a cuestas, y como la avería puede venir de una llamada de un número desconocido sufro conversaciones no deseadas: la tintorería ofreciendo descuento, un abono de conciertos del que no hay manera de darse de baja, otra compañía telefónica ofreciéndome Internet (¿un vaticinio de que mi problema no se arreglará nunca? ¿un ejemplo de argumento circular, recordando mis días de Wanadoo?).

Al bajar a la calle para pasear a mi perra y la ansiedad me cruzo en el portal con dos técnicos de Teléfonica. ¡Es un milagro! ¿El conserje? ¡Les amo! ¿Tenemos que esperar hasta las cinco? ¡Les daría un abrazo! ¿Usted no sabe dónde están los cajetines? ¡Estoy salvado! Perdonen: sí, Ángel, Ángel viene a las cinco, en diez minutos, y los cajetines están en el garaje, bajo llave. Él les ayudará. Así es: él les ayuda para abrir los cajetines pero, como en una trama policíaca, el misterio no se arregla allí. El problema está cerca, pero en otro lugar. Cuando vuelvo del paseo les observo trabajando en la esquina, junto a un mojón metálico del que asoman cables retorcidos. ¿Tienen que arreglar ese galimatías? Subo a casa más tranquilo, sabiendo que detrás del número de avería 20150117764507 existen personas. Personas que, al día siguiente, restablecen la conexión. Aliviado al observar la luz verde de internet, ya puedo apagar el router y empezar a leer.

Un pensamiento en “20150117764507

  1. Bonito y sorprendente
    happy end. Yo tengo en la agenda telefónica guardado un número grabado bajo el nombre de «Cabrón de teléfonica», por suerte, ya casi me he olvidado de esa historia.

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