Un discurso

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Cuelgo el discurso que dirigí a mi hermana, Joaquín y todos los familiares y amigos, el pasado sábado 13 de febrero. Me hizo mucha ilusión compartir un día completo de alegría con ellos, con las niñas, con la familia y los amigos. Con los conocidos y los que no lo eran. Dio igual que lloviera: por un día no hizo falta mirar al cielo.

Este matrimonio civil empezó su trámite el viernes 9 de octubre del 2015, cuando me acerqué junto a vosotros hasta el Registro Civil de la calle Pradillo, e hice testimonio de que llegabais de propia voluntad y sin coacciones. Diré con humildad que fue un honor que me eligierais, por delante incluso de vuestro portero. En la copa de vino que nos bebimos luego, me hice una idea del enlace distinta de la que acabó siendo. Imaginé un enlace íntimo, sin apenas invitados, casi clandestino. No en vano me repetisteis entonces que no dijera ni una palabra a mis padres. El proyecto de vuestro enlace, en ese mediodía de octubre, era a mis ojos un acto administrativo que iba a celebrarse de una manera privada, sin ningún adorno ni celebración pomposa.

Al volver a casa, con la lucidez que sólo da el vino, me preguntaba qué os había movido a casaros en este momento. Fui incapaz de responderme. Llegaron las Navidades, y revelasteis la noticia a las familias y amigos. Puede que ellos también se hicieron la misma pregunta. Lo cierto es que, como en las buenas historias, los hechos dieron un giro. Mi idea del enlace se derrumbó. Me había imaginado a veinte personas en una casa de comidas, entre platos de embutido y ensaladilla rusa, abrazados, cantando el Que viva España, y sin embargo cada noticia de la celebración ampliaba el número de invitados, el volumen de los preparativos, el número de arreglos faciales, de reformas en los cuerpos, de extensiones, cremas, perfumes, postizos, andamios en el pelo, y quedaba en el olvido esa mazmorra culinaria que yo me había imaginado.

¿Por qué se descartó esa idea, y por qué otra súbita, nueva? ¿Estaba tal vez equivocado desde el comienzo? Creo que el cambio, si ocurrió, fue por nosotros y para nosotros. Al revelar la noticia a vuestros amigos en Madrid, en Zaragoza, en Barbastro, habéis tenido como respuesta una sonrisa idéntica, como un sólo abanico. Cuando os habéis mirado luego al espejo, puede que hayáis sentido el asombro de estar aquí, ahora, en Madrid, de haber anticipad incluso el momento de esta enlace, como quien vive un futuro, pero estar enamorado de presente. Sabéis que el amor pertenece al orden natural, como respirar, como dormir, como soñar, como planchar, o, siguiendo a Neuman, como colgar la ropa de una percha. Pero ser amado, sin embargo, es tan raro como colgar la percha de una ropa. En ese espejo grande de ciudades y amigos distintos, habéis visto que vuestra alegría existe. Que cada día, de mejor o manera, colgáis de una percha la ropa. Pero también sabéis que la alegría puede doler, que puede ser una cualidad incómoda, y que por lo tanto hay que ir a buscarla, y luchar por ella. Y cuando existe, celebrarla de manera compartida.

Por eso que hoy festejamos dos celebraciones: el enamoramiento, que tiene algo de insólito, de pasajero, de puente entre dos personas, y el amor como cualidad universal, que os rodea a cada uno, y os abraza a ambos. Sin tal vez daros cuenta, habéis querido sociabilizar vuestra relación con los demás. Por eso que nos reunimos todos hoy aquí, porque lo escrito tiene una cualidad duradera, y luego en un banquete excepcional, que hace olvidar mi imagen de la ensaladilla y los embutidos, pero que ratifica vuestra voluntad de contar a todos, de la mejor manera que sabéis, un sentimiento que os une. Me gusta la manera que habéis organizado la boda: siguiendo por un lado los cánones del gremio, porque justamente queréis dar testimonio de que lo inverosímil, que estar enamorado, es sin embargo posible, real, y por otro lado con una sensación de urgencia, de inmediatez, porque la felicidad, vista en los ojos de los demás, se os ha revelado como una llama: está llena de fuerza, y quema. No sólo dan testimonio de todo ello estas palabras, o las que aqui vayan luego firmadas, sino el amor abierto a dos nuevas vidas: Sofía y Laura.

Ellas también son hoy testimonio de vuestro amor generoso. La generosidad, Piluca, es la palabra que resume tu principal virtud. No he conocido a nadie tan desprendido con la gente a quien quiere, capaz incluso de pasar por alto alguna llamada donde un hermano le dice a otro que su coche ha quedado siniestro total. En todo lo que destacas lo llevas al extremo: tu generosidad, es impetuosa. Tu preocupación por la gente a quien quieres regresa a ti, afectándote o gozando aquello que a lo que los demás les ocurre. Todo en ti es fuerte, intenso, excesivo, y lo mueve un corazón de nobles intenciones. En tu órbita de generosidad estás tú, Joaquín. Me alegra saber que somos parte de un mismo tiempo. Te considero paciente, tienes buen corazón y empatía con mi hermana, que no es fácil, perdón, que no es poco. Cada sábado cuando voy a comer a casa de mis padres, me resulta lo natural verte allí, y me hace recordar la felicidad de las rutinas, de los sucesos excepcionales que, sin embargo, suceden y se repiten semana tras semana. Eres ese extremo de la mesa donde te sientas a comer, eres la ayuda a mis padres con asuntos informáticos, eres la botella de vino de Somontano que me sirves en la copa, eres la siesta breve en algún lugar de la casa, eres las historias de mi hermana o su contrapunto. Tú y ella habéis hecho de lo excepcional un tiempo común.

En resumen, todo este artefacto, primero administrativo, y de fiesta después, lo explica el amor. El amor es un acto de creación continua, un reloj al que hay que dar cuerda para que nos marque el tiempo. No hay que dejar pararlo, porque cuando el amor llega, como así os ha sucedido, no hay ningún instante que perder. Esa es la razón por la que habéis elegido compartir a lo grande el día de hoy: el amor observado en ese espejo de los demás, que tal vez os hizo cambiar el plan, porque en los demás os revelasteis felices, llenos de presente, y que os movió a enfocar vuestra luz hacia nosotros, como un reflector aéreo, y organizar con cariño una celebración civil amplia, propia y muy cuidada. No en vano civil, aparte de expresar lo que no es militar o eclesiástico, tiene también otro significado: civil es lo que es urbano, sociable, y atento. La determinación cariñosa con que habéis preparado este día, es una prueba poderosa de que esta palabra se aplica a vuestro objetivo. Y las palabras, aunque terminan ya por mi parte, son un mecanismo que no tiene freno. Sois el capítulo de una historia más larga, una ficción que merece ser hecha real, ser vivida y ser contada. Sois un asombro de felicidad perdurable, inverosímil, pero que está construida de presente y de realidad. No está el mundo para negarse a ser feliz, y por eso que debéis luchar por ello. Yo soy feliz, en una gran parte, como protagonista de vuestra historia, de vuestra generosidad y de vuestro cariño hacia mí. Cada uno de los que ahora están a vuestra espalda, es un destello de vuestra luz. Por eso que os animo a que sigáis haciendo de la rutina algo raro, excepcional, o lo que es lo mismo, que, enamorados, sigáis colgando la percha de la ropa.

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