Paul McCartney en Madrid

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Sesenta mil personas fallando un penalti: inmenso equipo desconcentrado. Sesenta mil personas mirando hacia el pasado, hacia un mundo de casetes, de chucherías pagadas en pesetas, de pasiones nuevas, abiertas en portales oscuros, pantalones al suelo y, en el bolsillo, un Walkman con el Sargento Pimienta. Balón a la grada: no hay quien meta un gol al presente cuando el presente es un asco. Todo esto lo cuento –me lo cuento- porque Paul McCartney tocó en Madrid. Leerás una fecha, 2 de junio de 2016, pero es mentira. Su música no se fija en el tiempo, sino que arrastra calendarios. Sus dedos son la hemeroteca de un recuerdo. Un recuerdo tripartito, como el misterio de la Santísima Trinidad: Paul es Paul, pero Paul es también los Wings, y Paul es también los Beatles. Durante tres horas el estadio es un disco duro donde sólo suena el pasado: la memoria de cuando metimos el álbum rojo en un radiocasete y, milagro, sonó la armónica de Love me do. El recopilatorio –declaración de amor- donde grabamos un tema que ahora, también como un regalo, escuchamos. El póster de cuatro músicos que un día quitamos de la pared (¿por qué) y cuyos flequillos nuestra mente o el tiempo –son lo mismo- olvidaron. Acaba el concierto como quien despierta de un sueño. El mundo, zás, se actualiza. Existen los móviles, los despertadores, las tareas pendientes, los correos sin responder. La realidad nos pilla abrazados a algo que no existe. Una nube de confeti se va esparciendo, y al rato no quedan restos del milagro. Somos futuro, nos dicen, pero resulta que sólo amamos el pasado: vaya tragedia. Regresamos a casa sin ruido, separándonos de nosotros mismos, de lo que fuimos, y con la congoja de haber fallado sesenta mil penaltis consecutivos. La memoria colectiva se disgrega por calles y avenidas. Hace calor en Madrid, no hay taxis libres, el presente es un asco, y no hay manera de meterle un gol. Me zumban los oídos: al celebrarlos, todos los triunfos son siempre pasado.

Un pensamiento en “Paul McCartney en Madrid

  1. Yo también estuve, flotando entre el cielo y la tierra, maravillado ante la apabullante calidad del directo, con ese grupo con quien actúa desde hace muchos años. Como guitarrista beateliano valoré el virtuosismo del gran Rusty Anderson y las espléndidas armonías vocales que tantas veces practicaba yo con mis amigos.
    Llegué a casa sin saber si todavía tenía dieciocho años. Y esa sensación me reconfortó interiormente como pocas veces en la vida.
    Hace tiempo estuve en el foro de Antonio, al que en la actualidad aún acudo de cuando en cuando para disfrutar como modesto escritor de la refrescante fluidez de su prosa. Y hoy, casualmente, he descubierto tu link y la curiosidad me exigió escucharte inmediatamente. No me gusta regalar el oído, pero con pleno conocimiento de causa te puedo decir que recibí una extraordinaria impresión. Sois francamente buenos. Evidenciáis una calidad que escasea. Os auguro un futuro espléndido porque lo bueno, aunque al principio se atasque, acaba recibiendo reconocimiento. Apuesto por vosotros. La versión de «mi inolvidable» Heart of Gold resulta muy interesante.
    Bien, querido Dani. Enhorabuena muy sincera y un abrazo sin portamento.

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