¿Qué nos define ante los demás? ¿Nuestras palabras, o nuestro silencio? ¿Lo que mostramos, o lo que escondemos? ¿Lo que decimos, o lo que dicen de nosotros? Y en nuestra vida digital, en nuestra vida frente a la pantalla, ¿quiénes somos? ¿Somos el registro visible de búsquedas en la red, o el rastro que hemos eliminado? ¿O bien somos ambos registros, es decir, una parte cómoda, porque es socialmente aceptada, y otra que nosotros mismos censuramos? ¿Y si esa zona de sombra sale algún día a luz? ¿Cómo responderá el entorno a un yo que guardábamos en silencio? ¿Cuánto tiempo nos castigará la sociedad por todo aquello que quisimos callar, y no logramos? ¿Cómo reaccionaremos nosotros mismos a esa revelación no deseada? Y aún más grave: ¿y si lo que se exterioriza, por accidente o por intromisión, no somos nosotros, porque nosotros no somos solo esa parte, o no somos ni siquiera esa parte, o ya no somos ni siquiera esa parte?
Alexandre Postel es un escritor francés. Ha ganado en 2013 el premio Goncourt de primera novela con Un homme effacé, traducida al español como Un hombre al margen. He tenido la suerte de una lectura perfecta: la sola recomendación de la obra por dos amigos, la descarga desde Amazon, el submarinismo dentro de la historia. Pero cuando preparo estas líneas, buscando también ser trampolín para nuevos lectores, descubro con terror que las sinopsis revelan contenidos bien avanzados de la novela. Por si esa destrucción no era suficiente, en la reseña de Babelia el chivatazo vuela casi hasta el punto final. Hay críticos que quieren demostrar de todas las maneras que se han leído la novela, lo cual multiplica aún más las sospechas de su profesionalidad.
Por eso confío que mi párrafo inicial sirva de puerta a la lectura. Y que la lectura se desnude ella sola, con la sorpresa de lo que espera ser contado. Sirvan además algunos rasgos de estilo que considero deben mencionarse de esta obra: Alexandre Postel opera con el número preciso de situaciones y personajes, sin multiplicaciones innecesarias. Una economía de recursos que recuerda a Camus, y que aleja la obra del esquema policiaco habitual. No es además una novela policial porque la motivación psicológica, y su reflejo social, son más importantes que el propio desenlace. Como un espejo cóncavo, la imagen de lo contado es más grande que el tema, y ahí radica la mayor virtud de la obra. Un homme effacé escandaliza porque la pesadilla del personaje está en nuestra mano: también nosotros podemos tocar su culpa, multiplicarla o, inútilmente, tratar de borrar el rastro. En cada página alzamos la vista con terror: el protagonista podíamos ser nosotros. Porque nosotros somos ese reflejo ampliado de la obra. Un argumento actual e ingenioso, enfocado con parquedad de medios y desde un tejado social. Un enfoque social, pero la novela no es solo social. Una trama policial, pero la novela no es solo policiaca. Un enfoque sobre la culpa, pero la novela no es solo psicológica. Un homme effacé es el vuelo de luces distintas contra el mismo lugar, un espacio iluminado y que hace interesante la lectura.
La intromisión de elementos innecesarios, sobre todo en la segunda parte, Les jours féroces, limitan el impacto de la obra, generando un cierto desencanto en la revelación terminal. En Les jour féroces el autor parece preocupado porque su obra carezca de propósito. Olvidando que en la primera parte la zozobra había sido su principal virtud, y aterrado él mismo al ver la solapa de su obra, la improvisación y lo fortuito dominan este segundo tramo.
Con todo, no deja de ser una novela admirable, que invoca la reflexión del lector, que le hace atravesar diferentes estados de ánimo, diferentes pensamientos. Una obra que sobrevive y se agranda en el espejo cóncavo de nuestra mirada, y sobre ella, con la cualidad de un friso, la misma pregunta inicial: ¿quiénes somos? ¿Somos aquello que decimos o aquello que, por inmoral, callamos? ¿Somos el examen de los demás, o la prohibición de nosotros mismos?