El mundo gótico de Lord Byron: Manfred

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Lord Byron y Mary Shelley coincidieron en Ginebra durante el verano de 1816. Fue un tiempo fructífero para ambos: Lord Byron, con veintiocho años, comenzaría la redacción de Manfred, un poema dramático «especulativo»; Mary Shelley iniciaría la escritura de un pequeño cuento, fruto de una pesadilla, y que se convertiría después en su novela Frankenstein.

1816 fue además un año singular: el año sin verano. A raíz de la erupción del volcán Tambora (Indonesia), una nube de ceniza llenó el cielo de Europa de rojizos y alteró la meteorología: hubo fuertes lluvias, los ríos se desbordaron, las cosechas se perdieron, y el continente sufrió hambre y saqueos en la lucha por la supervivencia.

Después de cenar, y debido a las inesperadas lluvias de agosto, Lord Byron y Mary Shelley se distraían con su familia y amigos deambulando por los salones de la villa Diodati, una mansión ubicada cerca del lago de Ginebra. Mientras el mundo exterior era un conjunto desordenado de tormentas, en la comodidad burguesa de las habitaciones se narraban oralmente historias de fantasmas.

Lord Byron crea Manfred en un momento histórico que es puro romanticismo, exaltación del sentimiento, desequilibrio, pero también ambición del conocimiento, ansia que no está exenta de peligro. La escritura es el espejo de los últimos avances científicos de París y sobre todo Londres, del trabajo de grandes investigadores de la época victoriana como Sir Joseph Banks. La escritura se contagia de ellos y aspira a ser el fruto de un método científico: el escritor parte de la observación rigurosa de los hechos, una observación al natural cuando el tiempo permite salir de la casa y caminar por las eternas montañas suizas, después la corroboración empírica de lo que uno ve o siente, pero al final la pluma y el tintero (¡menos mal!) traicionan la exactitud científica, y llevan el goce del lector hacia alturas poéticas como las de Manfred, donde ese rigor en la investigación y el detalle se cruzan con la locura más absoluta.

Manfred es un héroe introspectivo, insondable (y como diría Borges, cualquier hombre lo es), dominado por la melancolía y la culpa. Un «half dust, half deity», cuya lucha es la de un cuerpo mortal contra una mente que aspira a ser tiempo fuera del tiempo, y así no sucumbir a la locura. Un hombre marcado por la culpa, y que no puede sino ser el trasunto del propio autor, que debió huir de Londres a Suiza tras el escándalo social provocado por la relación mantenida con su hermanastra.

El poema de Lord Byron es la pieza simbólica del mundo donde se escribió: un lugar que parece estar siendo descubierto, donde la naturaleza es siempre un personaje, a veces peligroso, un mundo donde las emociones se adivinan en los progresos científicos del momento, y así que las metáforas utilizan conceptos cosmológicos recién descubiertos. Manfred es un poema que no impresiona por bello, sino por la pureza de su concepto, por su ajuste, como un complejo engranaje, al mundo en que está escrito, a los motores del mismo, a la necesidad del saber, al conflicto entre mente y corazón, a la búsqueda en vano de los propios sueños como curación a la vida, al roce constante de la muerte.

Se suele decir que el nivel de una obra literaria lo marca el número de veces que ha sido mencionado, copiado, o servido de fuente de inspiración. La singularidad de Manfred radica en que ha dejado una huella más musical que literaria: el verso puesto de pie y hecho sonido. Sumergido en la misma tragedia que su personaje, Robert Schumann compuso en 1849 un poema dramático musicado (http://www.youtube.com/watch?v=A74nG-Aq07k). Tchaikovsky hizo lo propio en 1885 con su Manfred Symphony (http://www.youtube.com/watch?v=INceRhl05mo).

El Manfred de Tchaikovsky es una obra monumental, infinita, y que se cierra con el sonido estremecedor de un órgano: quedan apenas unos minutos para que acabe la obra y sobresalta el sonido de este instrumento. Sobresalta porque el organista ha estado sentado de espaldas a la orquesta durante una hora, en silencio, esperando a que llegue su compás y pueda expresar todo el lamento acumulado. Esa espera solitaria, ese sonido último que parece una llamada imposible a la supervivencia, no pueden ser mejor evocación sonora de la obra de Lord Byron.

Manfred es un poema que puede encontrarse en cualquier antología del escritor británico. En Amazon las obras completas de Lord Byron pueden descargarse gratuitamente; su correspondencia es también muy recomendable. El cuarto movimiento de la sinfonía Manfred de Tchaikovsky puede escucharse en este enlace, bajo la dirección de Riccardo Muti: http://www.youtube.com/watch?v=NTtZ6Fw9JyQ. Para quien quiera llegar al momento del órgano, que adelante el cursor hasta el minuto quince. Al poco rato aparecerá.

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