En francés solo una letra separa los libros de los labios: livres y lèvres. Tal vez sea una buena explicación de por qué Francia ama tanto la lectura.
En inglés escuchar y callar tiene las mismas letras: listen y silent. Como si esas seis letras fueran un único interruptor con dos únicas posiciones: escuchar o callar. ¿Cuándo instalarán ese interruptor en las salas de conciertos de España?
En italiano la palabra ciao deriva de otra bizantina: s´ciàvo, que significa esclavo. Así que cada vez que un italiano dice adiós a alguien le está recordando su tragedia mortal.
En español, y hablando de la soledad, Blas de Otero explica que el yo, por su misma configuración, deviene en hoyo, o lo que es lo mismo, en vacío: el yo se extraña del tú, y se destierra del nosotros.
Volviendo al francés, y gracias a Manuel Rivas, aprendo que en algunos lugares de Francia llaman remembrement a los caminos en gran parte ocultos por la maleza y el desuso. Dice Rivas que allí reside la poesía: la topografía secreta de los caminos que no aparecen en los mapas.
A veces los caminos de las palabras no son solo misteriosos, sino hasta contradictorios. Las palabras black (negro en inglés) y belo (blanco en ruso) están relacionadas. Complicando algo más el asunto, resulta que en inglés antiguo se encuentran las formas blac y blake, que en lugar de significar negro, querían decir blanco, de igual manera que la palabra inglesa bleach significa, aparte de lejía, blanco.
La contradicción la soluciona la raíz indoeuropea, y sobre ella las palabras griega phlox y latina flamma. Ambas significan llama: el concepto de brillo o resplandor se materializó en llama, la llama en quemadura, la quemadura en color carbón, y el color carbón en negro. Es también una lección poética pensar que, en el origen, no era el color, sino el fuego.
Ya lo dijo Galeano. En ru relato «El Mundo» dice:
Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta, contó. Dijo que había contemplado, desde allá arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos.
– El mundo es eso – reveló -. Un montón de gente, un mar de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende.
El Libro de los Abrazos- Eduardo Galeano
Gracias por tu comentario, Ali, y por su lucidez. Me ha gustado que traigas ese recuerdo de un libro que fue también el comienzo de una historia. Una historia mucho más grande, profunda, y que no quiero que tenga final.
Muy recomendable, aunque supongo que la conoceis: http://www.elcastellano.org/palabra.html
Gracias Santi, no la conocía, me he dado de alta. Un saludín!