Primer amor

amour

Un amour de jeunesse (2011) es una película francesa dirigida por Mia Hansen-Love. Love. Su apellido es corneta de la historia: el primer y apasionado amor de una joven pareja, sus grandes pequeños problemas y lo contrario, y el recuerdo en forma de chimenea que el presente expulsará, como una sombra o como una luz, sobre el resto de sus días.

La película es la estela de esa larga tradición francesa en la cual numerosos cineastas inician su obra con un recuerdo a su infancia. Cineastas como Francois Truffaut en Les Quatre Cents Coups o Marice Pialat y su L´Enfance nue. Otros tratarán el mismo tema más adelante, en pleno dominio de su arte. Erich Rohmer y Pauline en la Playa, Jean Eustache y Mes petites amoureses, Louis Malle y Le souffle au coeur. En todas las obras se advierte que en la vida adulta las piezas del puzzle ya no encajan, y que ese juego infantil, casi natural y casi sin consecuencias, llamado amor, tiene ahora otras reglas. Como advierte la madre de Daniel en Mes petites amoureuses, «tu prends tes désir pour des réalités». En la vida adulta los sueños son luces rasas.

Un amour de jeunesse respeta tanto la tradición que al resultado le falta por momentos cierta naturalidad. La directora no esconde su aprendizaje. Es una alumna aplicada en la manera como extrae emociones, en el melocotón de los cuerpos desnudos, la cámara bizca y nuestros ojos desorientados. Enseña también su aprendizaje en silencios de larga distancia, vendaval de pentagramas, y el sonido solo de los goznes de las puertas y de las ventanas y del viento; solo la naturaleza habla, solo los cigarrillos hablan, solo los cuerpos hablan en un lenguaje de forcejeo. Todo lo que se escucha es al natural, en esa larga herencia callada de la nouvelle vague, y también de la nouvelle vague los cierres de lente como puntos y aparte. Una herencia tan fuerte que a veces la tradición desborda el cauce, saltan resortes de realidad, y se descubre entonces el decorado de una ficción.

Pese a lo anterior, la historia de Un amour de jeunesse es un abrazo necesario y fuerte, como de amistad. Un abrazo que a todos nos hermana, porque todos hemos vivido y repetido la memoria de ese amor inicial, ese amor que será luego el sismógrafo donde medir futuras emociones. Una historia por lo tanto ya escuchada y vista e incluso sentida, pero que en la mirada de Mia Hansen-Love se disfruta con la inmediatez de lo recién sucedido.

Acabo de ver Un amour de jeunesse y pienso que el celuloide es el ADN de un país. Una historia con forma de hélice que Francia sabe contar mejor que nadie, como si tuvieran el patrimonio de la infancia, de la sensibilidad y de su pérdida. Facilidad para desarrollar historias íntimas, llenas de post-its autobiográficos, de señales que solo pueden entender sus personajes, pero al mismo tiempo historias llenas de resonancias, el celuloide un campo de antenas, y por lo tanto historias radiadas con las que la identificación es inmediata, y que conectan con una sensibilidad única, la de la vida como una vena, como aquel río infantil de Manrique que sonaba tan remoto en la ventana abierta de un colegio, y por la ventana torbellinos de tiempo, y ahora (ay) la misma ventana abierta a ese caudal que sí, que allí estaba y que ha empezado mucho antes, que viene de un lugar y de un tiempo anterior a nosotros; un río al que nos subimos con el ímpetu de un coche en marcha, pero del que sabemos (¡sabíamos!) su final, y por lo tanto no hay dramatismo en lo conocido, no hay lágrimas en el sombrero que cierra la historia, en ese barquito de ala ancha que se pierde hacia el océano, donde la infancia se llena de espuma y estrías.


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