2013

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La alegría es continuidad: una flecha feliz que corta los calendarios, ahora el del 2013, un año que ha levantado la persiana a un mismo trabajo, a una misma soledad bajo las sábanas, a idénticos hábitos y opiniones. La costumbre puede ser tedio, pero también la sonrisa de un hábito bien escogido, y que además se perpetua. Esa es la alegría hoy: continuidad.

También es un hábito resumir los años en viajes y lecturas y teatro y música y películas, como si la cultura solo importara cuando se cambia de almanaque. ¿Cultura en el 2013? Cierro los ojos y veo a Standstill actuando en el Sonorama de Aranda de Duero, el Kindle devorando The Age of Wonder, Andres Neuman descubierto en los libros y en persona, el pentagrama sin final del auditorio, la novedad del Teatro Real, el aprendizaje eficaz aunque lento del francés. De viaje recuerdo mis pasos por la noche de París, una bicicleta en Versalles, el horizonte incansable de los Pirineos.

Incluso yo he sido semilla humilde de cultura: a través de este blog, al que agradezco vengan mis visitantes silenciosos (más del doble este año que el pasado, pero igual de callados), a través también del Buscalibros (www.elbuscalibros.com), un lugar de recomendaciones literarias que tiene aquí en Taganana su reflejo, y también cultura en la grabación de cuatro canciones a comienzos de año con Midnite Special.

Abro ahora los ojos y sonrío al gotelé amarillo en la pared. Si sonrío es porque detrás de esa rugosidad están la pureza idéntica de mis amigos, de mi familia y del grupo de música, que es una combinación de los anteriores. Han estado las mismas personas, y su repetición es una pulgar en alto. Se han juntado nuevas, como Pablo de la Orquesta Nacional o el mismo Neuman descubierto detrás de las palabras, pero que también es parte de esa satisfacción: a veces la amistad es la sola posibilidad de un abrazo.

Cerramos los años y hacemos inventario de alegrías, porque las penas dejan cicatriz y se bastan para recordarse. La sonrisa es el arco cóncavo de un funambulista, algo excepcional, frágil e inconsciente, en todo el sentido de este término. Pero la sonrisa es un paraíso real y ha sucedido durante el 2013, un número cuya trama empezó in medias res, cerrando el dolor a una abuela ajena, tan distinta de la amada, como si la muerte hubiera hecho un istmo dentro de la vida, un año que luego continuó con esa felicidad rara y perpetua que da el abrigo de la ficción, las realidades desdobladas, los sueños lúcidos, las historias que uno inventa y olvida, las películas en las que entras y el celuloide te eleva con la facilidad de una escalera mecánica, un año como un negativo de una vida no vivida, de besos al aire y lugares no compartidos y escenas de portal donde mi imagen está siempre en el espejo, pero qué inexacta la palabra negativo si sobre el mismo han brillado doce meses, y en su resumen la certeza de que esa ausencia ficticia me alegra y hace fuerte, me permite sonreír y mirar a la vida con más seguridad y asombro, porque sé que todo es un simulacro y porque nadie sabe realmente quién es, y esa desorientación de las vidas vacuna de la ceguera de las rutinas y de las vanidades hinchadas.

Que lo mejor pagado no es lo más importante lo sabemos todos. Que todos valores son relativos, porque incluso ninguno de nosotros es nadie, lo saben o quieren saber pocos, sobre todo cuando la cultura del goce se quiere imponer contra la certeza de la muerte. Y bien que conocen el relativismo los seres más sencillos, cada parte del orden natural y el orden natural dentro del ciclo de las estaciones. En ese microcosmos relativo habitan las hortalizas de mi huerto, otra de las novedades del año. Hortalizas que duermen el invierno bajo un sueño de plástico e imploran la llegada del nuevo año: para ellas el tiempo también significa crecimiento y felicidad. Qué parecida mi vida a la de las guisantes, tumbados alegres esperando también que alguien les cuide, les escuche, les agarre, cambiando de muda y proyectos en cada estación pero manteniendo siempre la misma esencia, esa nada esférica alegre y algo ingenua, ese yo que es una fachada móvil que avanza por decorados ajenos, que observa la vida que ocurre frente a ella y que al final siempre ríe para adentro, mira para afuera, y vuelve a sonreír, porque en ese reflejo de los demás también está, estoy, viviendo.

Un pensamiento en “2013

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