Voces pasajeras

1.
Le pareció oír a su carcelera de Auschwitz, pero habían transcurrido quince años tras el final de la guerra, caminaba en París, por la Place de la Concorde, y la voz resultó ser la de otra persona. Vencido el instante de pánico, comprendió que su memoria era lo único real. También que esta anécdota activaría un relato: en 1962, Zofia Posmysz publicó Die Passagierin, novela que transcurre a bordo de un trasatlántico donde coinciden una oficial de las SS, su esposo y una prisionera polaca que la oficial creía fallecida.

2.
El compositor Mieczysław Weinberg musicó la novela de Posmysz. Su ópera consta de dos actos que desarrollan ocho escenas y un epílogo. En la cuarta, la que abre el segundo acto, Marta y Tadeusz son dos enamorados que se reencuentran furtivamente en Auschwitz. Les interrumpe Lisa, guardiana que pregunta si se conocen. Tadeusz afirma que están prometidos y que iban a casarse en ese otro mundo donde el amor y el matrimonio existen aún. Incluso en la hondura de su dolor, Tadeusz sabe que el mundo continúa, que el mundo no es sólo la barbarie del régimen nazi, y ello fortalece su dignidad.

3.
Con la llegada masiva de judíos húngaros, 1943 y 1944 fueron, en la memoria de Zofia Posmysz, los años más difíciles de Auschwitz. Alojada en el bloque undécimo, junto a las vallas de alambre de espino y de la rampa de selección, los observaba de camino al crematorio. En ocasiones, frente al bloque de oficinas de la comandancia, una orquesta tocaba acompañando esas horas de espera que, además, serían las últimas para quienes traspasaban unas puertas que nunca se abrían desde el interior.

4.
También es 1944 cuando un periodista informa a Arthur Koestler, autor húngaro, de que nueve de cada diez norteamericanos califican las atrocidades del régimen nazi como mentiras, y no creen en los campos de concentración, en los niños hambrientos de Grecia, en las fosas colectivas polacas, en los disparos a civiles franceses. Se logra persuadirles de lo contrario, afirma Koestler, pero solo durante un instante, igual que un músculo que recupera, después de un golpe, su tamaño y forma inicial; como si los grandes números, que es la sola manera de abarcar la amplitud del Holocausto, fueran ineficaces, y dando la razón a Kinsley cuando sostenía que las estadísticas no sangran, ya que impiden mostrar el impacto verdadero, a ras de tierra, de una barbarie.

De la barrera que informa Kinsley nos salva Jefferson, para quien la disciplina de la imaginación es la única forma de entender el mundo; gracias al arte podemos indagar en el sentido de nuestro tiempo y existencia, y tal vez esa función del arte explica el goce áspero de obras como la de Weinberg, que hacen belleza de un horror e iluminan, desde el drama íntimo, una infamia universal.

5.
Según Guillermo Altares, entre 2010 y 2024 se publicaron 85 obras con Auschwitz en su título. Esta cifra alerta sobre el riesgo de banalizar el Holocausto, pero también de torcer su memoria, pues cada vez quedan menos supervivientes y perpetradores que sirvan de testimonio. Igual que en una carrera de relevos, otros cogerán el testigo de lo que pasó y lo conducirán a lecturas y puntos de vista que ignoramos.

Realidad y ficción no siempre coinciden ni están obligadas a hacerlo. Más que la existencia de historias ofensivas, imperfectas o edulcoradas sobre el Holocausto, nos debe preocupar el temor a su olvido. La historia es una rueda que gira por nuestra mala memoria, y es preferible antes un recuerdo inexacto que un olvido fugaz; alguien que busque su beneficio que otro deseando escribir, como por primera vez, una historia que ya ocurrió. En solución a la encuesta citada por Koestler, prefiero a nueve de cada diez personas con ideas confusas sobre el Holocausto que el mismo número negando su existencia.

6.
En su barracón, Posmysz ocupaba la litera de arriba. Tenía acceso a un ventanuco donde, durante el invierno, se formaban cristales de escarcha. Lamerlos le ayudó a hidratarse cuando yacía con fiebre, como señala David Pountney. Detrás de la supervivencia, de estar vivo o muerto, siempre hay un golpe de suerte.

7.
Celebra Donna Tart el privilegio y la fortuna de amar aquello que la muerte no logra llevarse; de añadir nuestro sentimiento a la historia de las personas que amaron una misma belleza: puede ser la contemplación de un cuadro, el vuelo de un poema, la profundidad de una sinfonía.

Ese privilegio y esa fortuna suceden frente a la ópera de Weinberg: la certeza de incorporar el sentimiento a una obra que existió antes de subir el telón, y que se aplaude para que siga viva aunque solo allí, sobre los atriles y el escenario de un teatro.

Deja un comentario