Un encuentro esperado

toni-2-madrid-(by-teresa-juan-lopez)

Diez euros, una consumición, tres escalones de bajada: acabamos de entrar en Toni2, un piano bar de la calle Almirante de Madrid. Del fondo nos llega una algarabía de voces desafinadas. Su error colectivo es la verdad de una alegría, una celebración única que flota sobre la gente, y se contagia.

– Este lugar cierra a las seis de la madrugada -me dice un hombre que parece advertir que soy novicio allí- así que el local sirve de acueducto por el que pasan y escapan los restos de la noche -y como si hubiera cumplido su deber informativo, se gira y me da la espalda.

Acodado en la barra paseo la vista por el local: gente de todas las edades posibles ocupa el espacio entre sofas de terciopelo rojo y mesas bajas. Al fondo un tumulto de espaldas ahoga el sonido del piano. Las paredes devuelven mi imagen entre brillos dorados, y el aire parece demandar humo de tabaco. Si sonara música de cabaret podíamos estar en una ciudad alemana de entre guerras.

De pie, en una esquina, un rostro familiar. El alcohol envalentona y me dirige hacia una cara, la misma que mi dedo gordo izquierdo ha presionado en la contraportada de algunos libros. Si llevara en el estómago un café no me hubiera movido de la barra, preguntando a la margarita (la flor, no el cocktail) si era él o no. Pero no es el caso: avanzo con la certeza de una línea recta, me acerco y le pregunto y me afirma con la cabeza.

Andrés Neuman tiene ojos de buena persona. Le doy la mano: me entrega unos dedos blandos, casi sin hueso, y donde imagino se guardan anticipadas el porvenir de las palabras que luego leeré. Me mira con unos ojos amplios, cruzados de tristeza o melancolía y tal vez de cansancio, si no son lo mismo a las cuatro de la madrugada. Recuerdo una cita de Aristóteles: la mirada de toda persona interesante está cruzada por una línea de melancolía.

Dado que la mente amplifica la imagen de quienes admiramos, Neuman al natural resulta ser delgado y no demasiado alto. Cuesta creer que su obra, la que teclea con las manos que yo ahora rozo, haya surgido de la persona a quien me dirijo, tan reducida en sus dimensiones, más aún porque le hablo muy de cerca, tratando en vano de controlar el torrente de preguntas que me gustaría hacerle, de disimular la emoción mitómana del encuentro, y porque el silencio puede ser una despedida le arrojo un monólogo sin comas y así le cuento que vengo de tocar el bajo en un concierto y que soy el que le mandé un correo para una charla en la librería de mi amiga Bea en Leganés y que he leído casi todos sus libros desde el día en que me acerqué a la biblioteca municipal a por un libro de Onetti y por el orden alfabético la letra N de Neuman estaba justamente encima de los cuentos completos de Onetti y que me encanta cómo escribe y que no te lo vas a creer pero hoy mismo quise ir a comprar uno de tus libros a mi madre porque su cumpleaños es mañana porque se llama Pilar y mañana es el día del Pilar, es su santo pero también su cumpleaños, y que tampoco te vas a creer que también hoy mismo o mejor dicho ayer mandé a dos amigas un correo con una frase tuya, sí, sí, fíjate que parece que está preparado pero no, qué va, y recupero la respiración y a trompicones saco la Blackberry del vaquero y en la pantalla brilla (en todo el sentido del término) la siguiente frase, naturalmente suya, tuya, Andrés:

Amar pertenece al orden natural: como colgar la ropa en una percha. Ser amado es tan raro como colgar la percha en una ropa.

Y resulta que Andrés tiene dientes: lo descubro ahora, que por fín le he dejado hablar. Sonríe y me pregunta la reacción de mis amigas a esta frase. No sé qué le respondo, pero le recuerdo otro cofre suyo que guardo en mi poder, y que dice así:

Los trasnochadores se quedan despiertos porque contemplan, proyectados en las paredes, los sueños ajenos. Después, cuando amanece, se acuestan a soñar con lo que han visto. Puede decirse que sueñan dos veces.

Vuelve a interesarse por la reacción a sus palabras, y como la boca es una catarata no sé que le respondo y le hablo de lo que me gustan los Pirineos y de su blog y el de Muñoz Molina, a quien Andrés define como un hombre «cordialísimo», que para mí Muñoz Molina es un Cristiano Ronaldo de las letras y Eduardo Mendoza un Messi, la eterna doblez entre forma y fondo, me responde, le pido que por favor nunca hable de la Guerra Civil y de por qué no hay ninguna buena novela sobre los Erasmus y la tragedia de su brevedad, de ser el final cierto de la adolescencia, le pregunto luego en qué proyectos anda metido, tomando notas, me dice, y aunque no quiero giran las aspas de su reloj y entonces un vuelo próximo destino Ecuador, nos despedimos cuando hubiera querido seguir tanto tiempo con él, al menos para así haberle dejado hablar, y vuelvo con mis amigos y me siento a la vez orgulloso y triste del encuentro, con la sensación feliz de haberle conocido en persona, pero deseando a la vez que esa persona en retirada sea la figura de una amistad próxima.

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