He quedado con mi amigo Juan a la una de la tarde en la salida del metro Ibiza y ya llego tarde, así que con rapidez dejo atrás el tumulto. Me marcho de la feria del libro con un sentimiento indefinido, dando algunos pasos de alegría y otros de tristeza e incluso estupor. Alegría porque transmite felicidad ver que libreros y escritores y lectores se reúnen y hablan y comercian sobre literatura. La gente manosea muchos libros, compra algunos menos, autores y público se besan mejillas y se aprietan las manos. La promesa de futuras lecturas se balancea en bolsas de papel, y nos acompaña a los que de allí salimos en todas las direcciones, como los radios de una bicicleta.
Pero también pasos de estupor y tristeza: compartir el amor por los libros con la insistente megafonía anunciándote siempre algo en casetas lejanas, el establecimiento inoportuno de una marca de salchichas, aglomeraciones de público y una mujer que se acerca para que abra una cuenta bancaria. Cruzo la caseta de Muñoz Molina, donde la cola se organiza a la espalda de la caseta, como un apéndice, así que no tengo oportunidad de saludarle. Agobiado de la gente me escapo por el espacio abierto entre dos casetas. Busco una franja de sombra y me siento en el césped, con la corteza de un árbol haciéndome rastrillo en la espalda. La megafonía sigue escupiendo autores y números, y pienso que la feria comercia con algo que no tiene nada que ver con la emoción de la lectura, el placer estético de un acto tan individual que hace que este mercado me sea extraño. Y ese algarada de libros y personas del que me he alejado tampoco acoge bien los mecanismos de la escritura, el silencio y reposo que hay detrás de todos esos libros y que parecen faltar a este lugar.
Con el sentimiento de ser Jesús contra los mercaderes del templo vuelvo a la riada. Me acerco hasta la caseta en la que firma Javier Marías y donde apenas hay cola: será cierto que es un autor más reconocido fuera de España que aquí. Poca cola, sí, pero que nunca avanza, pues la librera da prioridad a los que compran algún libro del autor in situ. De la mochila saco por fin mi ejemplar de Fiebre y Lanza y le cuento que mi padre trabajó con su querido Juan Benet. Lo reconoce con un saludo benetiano en la dedicatoria, de bellísima caligrafía. Me fijo que es zurdo. ¡Entonces gay! habría concluido el padre Crescencio, un cura agustino de mi colegio con ideas del medievo.
Más adelante llego a la caseta donde debía firmar Andrés Neuman, pero está en la presentación de un libro dentro del pabellón. Algo fastidiado vuelvo a la sombra detrás del tumulto. Quería regalar su novela El viaje del siglo a un amigo, y ni la novela ni su autor se encuentran en la caseta. Para adaptarme a la ausencia de libro y firma me pregunto qué sentido tiene la dedicatoria breve, la gratitud inmediata y después un nuevo lector que te sustituye. Tal vez la escritura no necesite de otro contacto que el acto de la lectura. ¿Qué busca un lector cuando se acerca a su escritor admirado? ¿Qué sentido descubrir que tiene alguna caries, pelos en las manos, caspa sobre sus hombros? Si con algo de valor uno inicia una conversación, la imposibilidad de tiempo y lugar para el diálogo en esta feria pueden multiplicar la desazón.
Me alejo hasta la última ringlera de casetas. Rafael Chirbes esta solo, empequeñecido en una esquina. Le compro Crematorio porque me la han recomendado varias personas. Rafael viste una camiseta sucia y me aconseja que después de esa novela continúe con otra titulada En la orilla, obra con la que forma una especie de díptico. Nos miramos y deduzco que quiere seguir hablando. Por un segundo pienso que sí vale la pena la feria: conocer al autor, tener la oportunidad de matizar la ficción, ampliarla o definirla. Pienso además que Rafael es un afortunado: su caseta es un páramo alejado de las aglomeraciones y las salchichas y la megafonía. Pero al final no se me ocurre nada de lo que podamos hablar, y me despido apresuradamente, no porque haya nadie esperando detrás sino más bien para reforzar con esa urgencia la importancia de su tiempo. A lo lejos, cuando él ya no puede verme, me giro: Rafael conversa con alguien, y me alivia esa imagen triste de un autor sin lectores, la literatura como un modo de pero no un medio de vida.
Abro el libro y leo la dedicatoria: Para Alicia, de Daniel con cariño, y el mío propio. Rafael. Tal vez el fin de una dedicatoria sea este: servirse de un emisario que ponga palabras a sentimientos que nos cuesta decir.
Cuando ya estoy camino del bulevar de la calle Ibiza observo a una mujer que se abalanza sobre un autor, introduciendo medio cuerpo dentro de la caseta. De espaldas no sé si le está felicitando o quiere arrancarle el cuello. Me parece un buen resumen de lo que siento hacia la feria.
Lo mejor de leer algo que alguien describe, es la sensación de sentir que le acompañabas. Gracias por hacerme partícipe de tu visita.
Muchas gracias Pepi a ti por leerme, es un placer. Un saludo,
-daniel
Vivo en una ciudad pequeña y provinciana en el peor sentido de la palabra y una situación como la que describes no se da…, porque esos autores ni se acercan por aquí. Pero también es cierto que mi incapacidad para soportar una cola y la timidez me impedirían poner me a que que firmaran una libro…, de Antonio Muñoz Molina me gustaría tener firmado mi ejemplar de Sefarad, pero como digo, no creo que me atreviera…, y en el caso de Javier Marías, el pobre podría cansarse…, yo no sé si es más pareciado fuera…, pero he leído todo lo que ha publicado desde Todas las almas.
Gracias por tu comentario Hesperetusa. Como decía en el texto, el placer de la lectura es idéntico sin esa dedicatoria deseada, pero yo, que tal vez soy algo mitómano, me fui un poco decepcionado sin ver a Andrés Neuman, y por supuesto sin su firma. Conocer en persona o estar cerca de las personas que uno admira es algo extraño, una mezcla de sorpresa y, casi siempre, decepción. Luego vuelves al texto y piensas: ¿ese tipo que he visto es el que ha escrito este texto?
Tu comentario me ha servido para recordar algo olvidado: lo interesante que es tu blog. Enhorabuena.
Saludos,
-daniel
Perdona las erratas pero el corrector del iPad crea palabras para un texto surrealista.
¡No te preocupes, jejeje! Saludos
¡Hola, Dani! Me gusta mucho tu blog, sigue escribiendo. Y, qué casualidad, he encargado para la biblioteca de la facultad Crematorio y En la orilla. Ha llegado la segunda, y estoy esperando Crematorio para leerlas en orden. A pesar del barullo, a mí me habría encantado escaparme a la feria este año. Un beso.
Elena (la prima de Alicia)
¡Hola Elena! Qué bueno saber de ti. Me alegra mucho que te guste el blog, mañana publico una nueva entrada. Hubo una que escribí hace bastante tiempo (https://taganana.wordpress.com/2012/06/24/idiomas-para-que-hablen-los-libros/) que al terminarla me recordó a la suerte que tienen también tus niños. Un beso a ti, y que vaya todo muy bien.
¡Hola, Dani! Muy bonita tu entrada sobre las lenguas y los afectos. Yo sigo luchando con el alemán, por muchos afectos que tenga a ciertos nativos 🙂 pero bueno. Y hoy me he traído a casa Crematorio, ya te contaré qué tal. Más besos.