Mil y una historias (escrito por Miguel Gil)

Hoy he conocido a un mujer sorprendente. Ha sido en un gran centro comercial. No voy a dar su nombre, (el del centro, no el de la mujer), porque no me gusta nada hacer propaganda gratuita. Yo llevaba tiempo entretenido en la sección de libros y discos. Se ha acercado a mí disimuladamente y antes de que me pudiera dar cuenta me ha cogido de la mano. No puedo negar que he sentido un pequeño sobresalto.  Para tranquilizarme me ha mirado a los ojos, como leyendo mis pensamientos, y ha dibujado una levísima sonrisa. Ha susurrado algo que no he llegado a entender. Sin soltarme ha seguido mirando stands y tras coger un par de discos se ha dirigido a caja. Yo la he seguido, disimulando normalidad, como si fuera su pareja habitual, pero por mi cabeza pasaban a la velocidad de la luz mil historias.

Hemos salido a la calle y he sentido la necesidad de decir algo. No sé…”¿Eres de aquí?”… «¿Vives lejos?»…  Pero al punto de hablar he sentido que su mano apretaba con fuerza la mía y me ha sido imposible despegar los labios.

De pronto se ha sentado en un banco del parque y me ha abierto su corazón. Yo no podía resistirme a abrirle el mío. Con el corazón se me ha desatado la lengua y he comenzado a contarle esas mil historias que, como os decía, se me pasaban por la cabeza. Ella me miraba embelesada y eso me daba alas para seguir hablando sin parar como en una nueva versión de Las Mil y una noches… «Siempre hablas demasiado”, me tienen dicho mis amigos, que conocen mejor a las mujeres. Y debe ser cierto, porque después de una semana de un maravilloso idilio en el que no he podido parar de contarle historias hoy la he visto llegar a casa con un nuevo libro de la mano mientras yo la espero inútilmente, callado ya, en un hueco de su estantería.

Photo by Boudewijn Huysmans on Unsplash

Gracias a Miguel Gil Casado por enviarme este fantástico relato y permitirme publicarlo en el blog. ¡Que sigan llegando más!

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