Pájaros de sombra

En su libro Pájaros de sombra, Andrea Coete resume la obra poética de diecisiete escritoras colombianas, nacidas entre 1964 y 1989 y con, al menos, dos libros publicados hasta 2019, año de edición de esta antología.

Clandestinidad, ruptura, desobediencia y desesperación son actitudes ante el hecho poético que, según Coete, destacan en el trabajo de las mujeres. Esas actitudes justifican que su antología se centre en voces femeninas. Quiero pensar, sin embargo, que esas actitudes son hondas en cualquier producción poética, y que no pesan diferentes en un género u otro; la historia del fenómeno poético ha avanzado en clandestinidad, ruptura, desobediencia y desesperación con su tradición misma. Cada poeta ha hecho de lo anterior su magisterio, y ha emprendido un camino singular durante su madurez, un camino andado por tramos de clandestinidad y desesperación, a veces dominado por la ruptura y a veces por la desobediencia a la norma, y a veces su revolución ha consistido en volver al punto inicial. Aunque me cueste comprender el criterio que rige esta antología, no así me sucede con su contenido y estructura: existe una unidad temática y formal que atraviesa las diecisiete voces, una voz homogénea que nos haría pensar que esos temas y formas muestran, sí, una orientación más femenina que masculina. Pero incluso esta afirmación se me antoja imprecisa, necesitando de una antología alternativa, construida por diecisiete escritores colombianos, y realizada bajo una idéntica lupa estética, para validar así mi afirmación y concluir, quién sabe, que la pluma masculina y femenina se conducen por cauces distintos; el absurdo de esta antología paralela es también la incomprensión del criterio que rige esta. E incluso cabría preguntarse si estas diecisiete voces femeninas representarían la homogeneidad de una voz femenina que, en verdad, no lo es; si la selección viene del fondo o, por el contrario, es un criterio editorial. En resumen, se me antojan demasiadas las preguntas y no muy claros los presupuestos que gobiernan este trabajo.

Virginia Woolf defendía que la mente andrógina era la más fértil para la creación. La mente de una «mujer con algo de hombre» o de un «hombre con algo de mujer» era una mente completa, que hacía del hecho creador un ejercicio imparcial no condenado a morir. Woolf consideraba funesto que una mujer hablara «conscientemente como una mujer», y lo mismo podría decirse del hombre. Leyendo esta antología uno concluye que, un siglo después, no se ha cumplido la tesis de Woolf, porque hay una serie de actitudes que basculan el equilibrio o mezcla hacia un lado u otro. Pero tal vez estas voces femeninas —y posiblemente Woolf me hubiera dado la razón, porque sostenía que hay que escribir sin pensar en el sexo— se hubieran beneficiado de tener, a su lado, el contrapeso de las masculinas, para así detectar que, efectivamente, hay unas actitudes que dominan en una mente frente a la otra.

Quiero pensar, como solución a la duda creada, que esta antología obedece a una restitución de naturaleza histórica. Que la voz poética ha sido siempre minoritaria nadie lo duda, ni tampoco que, en ese largo susurro que es la poesía, hayan existido distintos grados de silencio y represión, y que ese silencio y represión siempre han sido de una voz, y siempre la voz femenina. Y en esa mirada diacrónica a la historia poética, que es una historia donde la mujer no ha existido, es donde encajo el motivo de esta antología, e iniciativas valiosas como la de Vaso Roto cubren, revelan, señalan, primordialmente, una vergüenza histórica: que la mujer ha sido históricamente, históricamente, históricamente, silenciada. Estos poemas aquí reunidos son una explosión cargada de presente, con creadores vivos, presentes, y si uno busca entender el motivo de su filtro de género no encuentro mejor explicación que ese deseo de judicializar, vicariamente, el pasado. Una suerte de sororidad que, precisamente hoy, no debería entender de género. Y es que la pluralidad de voces, voces de mujeres que en verdad dialogan con voces de hombres, la pluralidad también de identidades sexuales, en expansión y movimiento constantes, el número hondo de plataformas de comunicación que no sólo facilitan el acceso al mundo poético, sino su creación misma, y el propio carácter andrógeno del material poético, hacen de la autoría, y del género que lo sostiene, un asunto secundario. Cuando se accede a un portal poético, o se lee una revista poética digital, el visitante suele ignorar si el creador es un hombre, una mujer, o alguien que disfraza su identidad. La curiosidad del lector de poesía dibuja una luz en ráfagas, que vuela por mil sitios, que anida un rato aquí, golpea el aspa y vuela allá, y en esa navegación de formatos crea una conexión de temas antes que ignora los debates o filtros de género, de sesgo más filológico o académico. A ese lector no le preocupa saber qué voz le habla tras la belleza de un verso, qué voz le pide que acerca su mirada, y roce una palabra, qué voz despliega, ante su asombro, una imagen o un temblor. Si existe una reinvidación de género, claro que la quiere escuchar, pero no le importa el género del altavoz que la grita.

Cómo sería el mundo si elimináramos de los libros la identidad de sus autores, pero también las fajas laudatorias y las contraportadas chivatas, y, en la ausencia nueva de prejuicios, nos descubriera el placer libre y radical del arte, solamente el arte. Cumpliríamos el deseo de Woolf cuando decía que se debe escribir —pero también leer— sin pensar en el sexo, porque cuanta más libertad tenga nuestra mente, más advertiremos todo lo que nos falta por explorar. Si no eliminamos las portadas, que sea porque el artista se debe alimentar, y nosotros de él, y así darle, darnos las gracias. Recuerdo una sesión de taller con Andrés Neuman donde entregó el inicio de una novela sin indicar su autor. El grupo, mayoritariamente femenino, destacó la inclinación y conocimiento del mundo femenino de un autor que sólo, sólo podía ser una mujer. Y resultó que no, que no era una mujer, sino que era un hombre y, además, para hacerlo aún peor, ese hombre era Javier Marías. Me pregunto si Neuman intuyó este desenlace.

Dice la poeta —y aquí compiladora— Andrea Cote en una entrevista (Cote and Guerrero 153-160) que uno de los temas claves de la escritura femenina del siglo XX es el cuerpo. Lo justifica como la necesidad de «construcción de un espacio para la voz de las mujeres en la literatura», un espacio donde se produzca la «recuperación de un cuerpo sobre el que se han ejercido formas de control político, social y familiar». Creo que la antología, sus diecisiete voces, los casi doscientos poemas, reflejan magistralmente esta formulación. Si se leen con esta idea se descubre un sedal que los recorre y engarza. Los poemas parecen formar un documento único, un alta hospitalaria: la restitución de un cuerpo a un tiempo y un espacio que les fueron abolidos. De esa restitución habla Lucía Estrada (Medellín, 1980) cuando nos cuenta de una montaña que, pacientemente, la mujer escaló «en sentido contrario». Quizás uno de los poemas más notables de esta excelente antología —y es difícil y es cruel hacer una selección— lo escribe Beatriz Vanegas, otra poeta que indaga en el cuerpo, y que busca con su radar ese nuevo espacio —en este caso de filiación cinematográfica— desde el que la mujer encuentre su voz, y pueda volar.

Thelma y Louise

Cuando partas hacia tu abismo
pide que el asfalto arda
con soles candentes sobre la herida
que llevas en carne viva
en tu ultrajado corazón.

Pide hallar el engaño en cada sonrisa
de aquellos que te invitan
a libar la noche y las estrellas.
Persigue tu abismo en todo príncipe
que, llegado el amanecer,
termina convertido en sapo.

Pide que el mapa que extiendes
en la cama del hotelito de paso
esté lleno de incertidumbres.
Y que la duda sea tu brújula.
No des crédito al amor:
él es sólo un pretexto
para que tu cabellera ondee libre
perseguida por el purísimo dolor.

Y cuando tengas ante ti el abismo,
amada Thelma,
sabrás que desde el oscuro
país de los hombres
han venido a mirar consternados
tu alto, desnudo y encumbrado vuelo.

Obras citadas:

«Pájaros de sombra.» Web. Jan 7, 2022 <https://emea.vasoroto.com/products/pajaros-de-sombra>.

Woolf, Virginia. A Room of One’s Own. London etc.]: London etc. : Penguin Books, 2004. Web.

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